
El independentismo catalán, siempre victimista y dispuesto a aprovecharse del cuanto peor, mejor, ha conseguido su propósito de volver a ser el centro de atención de un país que asiste atónito a su escalada de desafíos y provocaciones. Lo que se nos ha escenificado como un bienintencionado deshielo entre Madrid y Barcelona ha acabado convirtiéndose en un "deshielo on the rocks", en una cumbre indeseable y una reunión de ministros en sede palaciega mientras en las calles se impide con barricadas la movilidad y el desarrollo de la vida diaria de una de las principales ciudades españolas. Lo que hoy se califica como violencia de baja intensidad ha impedido a miles de catalanes acceder a sus lugares de trabajo, en una clara muestra de que los independentistas violentos mueven el árbol para que otros independentistas de salón recojan los frutos.
Discernir quién ha ganado en este episodio de la actual política de bochorno a la que asistimos en España es tarea absolutamente subjetiva. Unos hablan de rendición, de triunfo del gobierno Sánchez, otros hablan de éxito para el dúo que forman Torra y el fugitivo de Waterloo. Lo incuestionable es que ha habido una foto de dos gobiernos en la que los participantes se aceptaban mutuamente de igual a igual. Lo habitual en estos casos es que el presidente autonómico de turno entre en La Moncloa subiendo la escalinata del palacio siendo recibido con un apretón de manos por el presidente de todos los españoles. Pero ahora lo habitual o lo convencional se despedazan en añicos porque es un nuevo tiempo. Ha habido cumbre paralela a la reunión de los presidentes con los "ministros" de ambos ejecutivos, y ha habido comunicado conjunto, cosa que ya no nos puede sorprender porque hemos visto hace algunas semanas un comunicado oficial del gobierno que llevaba el logotipo de un partido político. Tal vez no se le pueda llamar a esto cumbre, pero sí nos concederán los más exquisitos que ha sido como las habituales RAN, reuniones de alto nivel que el gobierno español celebra con otros países donde los titulares de las respectivas carteras mantienen encuentros paralelos. Más bien parece un desplante a los ciudadanos españoles con posdata humillante especialmente dirigida a los votantes de Andalucía.
Y la humillación viene sobre todo de lo que el documento oficial reconoce. Es el día en que el gobierno de España asumió que hay un conflicto que hay que resolver "en el marco de la seguridad jurídica". Es el día en que se acepta que sean los catalanes y no los españoles los que decidan. Es el día en que se retira la palabra Constitución del texto pactado y mutilado. Un día negro pese a los esfuerzos más bien ridículos de los servicios de comunicación de Moncloa de hacernos creer que Sánchez y sus ministros no han sido zarandeados por la foto realizada junto a un gobierno regional. Se nos ha dicho que fue un "saludo de cortesía", algo que la comunicación independentista mucho más avezada y bregada en estos trámites ha convertido en cumbre entre dos gobiernos de tú a tú.
De lo ocurrido estas 48 horas en Cataluña podemos concluir, si es que aún quedaban dudas, que no habrá elecciones hasta junio de 2020. Porque todo esto coincide con el fin de la presunta huelga de hambre de algunos presos en Lledoners y con el voto favorable en el Congreso a la senda de déficit de los partidos antiespañoles. Los votantes de todos los territorios tendrán que demostrar su posible malestar sobre todo esto en las elecciones autonómicas del próximo mayo, lo que provoca ya los nervios y el crujir de dientes en presidentes socialistas como Lambán, que ha pedido a Sánchez un combate inmisericorde al independentismo catalán por la vía de la política, de la ley, la cultura y la verdad. Tal vez podamos ahora comprobar si realmente hay dirigentes de una mínima altura moral y política en el PSOE, aunque solo sea por su propio interés y supervivencia.