Firmas

La indignación repentina de los barones socialistas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Foto: EFE

"Esto no da más de sí. Su aventura ha terminado". Las palabras de Pablo Casado desde la tribuna de oradores del palacio de la Carrera de San Jerónimo resonaron ayer durante horas, y parecen haberse convertido ya en un remedo del eslogan aquél del "¡váyase!" que encumbró en el último escalón previo a la presidencia al entonces candidato Aznar. La interpretación mayoritaria que hoy se da a la sesión extraordinaria sobre Cataluña va en una clara dirección: proyecto agotado si es que existió alguna vez, fuga de los cuestionables apoyos que le auparon para sonrojo de propios y extraños, y situación descontrolada en la comunidad autónoma catalana a una semana del Consejo de Ministros de Barcelona. Una cita que va a calentar las navidades pero en la que el gobierno no tiene ya más que una opción que es mantener su decisión de reunirse en la Ciudad Condal.

Sánchez podría haber pensado antes de la sesión del miércoles que su nuevo perfil de presunta dureza frente la amenaza de escisión de quienes le apoyaron para ser presidente iba a contentar a los dos partidos de la oposición, PP y Ciudadanos. Tras las intervenciones de todos los portavoces, pudo constatar que no tiene ya al lado más que a un Pablo Iglesias que inunda platós y declaraciones con un tono lastimero que suspira por lo que pudo ser y no fue. Ahora todos le piden elecciones, pero su convicción, sus intereses y su decisión es agotar el plazo hasta que la ley le obligue a convocar a los ciudadanos a votar. Antes de firmar el solemne decreto de disolución de las Cortes Generales, al presidente Sánchez le quedan algunas cosas por hacer.

La más importante consiste cambiar la impresión de una mayoría de españoles que no aprueban su ya desaparecida política de apaciguamiento e ibuprofeno para tratar el problema creado por los independentistas catalanes. Y para que eso ocurra hace falta tiempo, meses o un año y medio, el tiempo total del que dispone el presidente para que cale esa idea. Es la única posibilidad que tiene de no volver a sufrir un varapalo en las urnas, su costumbre favorita desde que es secretario general socialista. Si este nuevo plan requiere la aprobación del artículo 155 de la Constitución, no duden que así se hará, con la intensidad que sea pertinente para que la inmensa mayoría de compatriotas que aman a su país parezcan ver que se ha corregido el rumbo y ahora el presidente está en el buen camino, el que le daría votos suficientes para seguir en La Moncloa.

Sánchez ha presumido en el Congreso de un apoyo leal al presidente anterior en las medidas que adoptó frente a la intentona golpista, pero entonces apoyaba con una mano a Rajoy y con la otra preparaba su asalto al poder, que sólo necesitaba de la famosa frase de la sentencia de Gürtel para ser justificado. Por aquellas fechas del último trimestre de 2017, mostraba una cara pública de hombre de Estado y en la trastienda preparaba el terreno para una moción de censura que necesariamente tendría a los partidos golpistas como colaboradores.

Ahora surgen los nervios de la baronía socialista, con una novedad: los líderes territoriales no temen no ganar las elecciones en las principales ciudades y comunidades donde ya gobiernan. El temor es que su suma con la extrema izquierda no sea ya

suficiente, como ha ocurrido en Andalucía. Este es un país en el que lo extraño es que gobierne quien gana en las urnas, considerando la victoria como el hecho de obtener más votos que los demás, y ahí están Castilla La Mancha, Aragón, Baleares o Navarra para corroborarlo. Por eso García Page, perdedor de las elecciones manchegas de 2015 y presidente autonómico desde esa fecha, toma la palabra ahora para reclamar la ilegalización de los partidos que defienden la independencia de su región. Una propuesta a la que el apelativo de fascista, tan de moda, se le quedaría corto si viniera de otras formaciones políticas. Pero Page necesita a los votantes que han abandonado a Susana Díaz, los que sienten España como su país y quieren que la respuesta a quienes rompen las reglas sea inflexible. Lo terrible de esta marejada interna en el PSOE es que haya salido a la superficie sólo cuando se constata el desastre electoral que supone la estrategia del líder con Cataluña. Nadie levantó la voz antes del sonoro batacazo andaluz.

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