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¿Algún lado positivo en el Brexit?

El Peñón de Gibraltar. Foto: Archivo

La ruptura del gran mercado único, como consecuencia de la posible huida del Reino Unido dentro de la operación del Brexit, que en muchísimos aspectos englobaba a 28 países europeos, es un daño para todos y cada uno de sus miembros y, desde luego, para España. Pero este daño se plantea dentro de los que podríamos denominar problemas a corto plazo. Adelanto que suelen ser los que, por motivos electorales, hoy en día obsesionan a grandísima parte de los políticos. En el caso concreto español, es evidente que, por su repercusión, como por ejemplo en Andalucía, genera especiales tensiones para el actual Gobierno.

De siempre, los textos de los economistas más variados -sean los de Milton Friedman o de Keynes, y no digamos los de Schumpeter o de Mises-, han señalado que no se deben abandonar, precisamente en vanguardia por ser especialmente valiosas, las soluciones a largo plazo de problemas esenciales.

En este caso del Brexit, Europa tiene otra frontera terrestre además de la existente en Irlanda -que muchos problemas plantea ya-, la que está situada en el Campo de Gibraltar, que separa esa situación de dominio británico y España. El dominio inglés del Peñón ha pasado a tener cuatro consecuencias. La primera, su ampliación más allá de las fronteras geográficas que señalaba el Tratado de Utrecht. Tal ampliación tiene un lado que se puede calificar de terrestre, sobre todo unida a la construcción del aeropuerto de Gibraltar. De modo complementario, gracias a la facilidad del transporte por automóvil, como vivienda de personas clave para la vida económica, social y política de la Roca, en zonas urbanas situadas en territorio español. Y además de la que podríamos denominar ampliación terrestre, que tiene esa importancia que acaba de señalar José Ramón Remacha en su artículo Gibraltar y su aeropuerto, publicado en Diario de Navarra el 9 de julio de 2018, es que "trabajan diariamente en esa colonia unos 8.000 españoles y 2.500 ingleses", pero que todos ellos "viven en España". La resultante de ello y la cuestión del debate de las aguas territoriales es que generan facilidades no solo para el narcotráfico y el contrabando, sino para la creación de un mercado financiero que desvía fondos españoles con evidente defraudación tributaria y adicionales cuestiones financieras.

Pero si esto siempre tendría que motivar presiones españolas -de las que no se da ninguna noticia, por supuesto ahora por parte de Borrell, pero tampoco de forma contundente, previamente, como en el caso de la cosoberanía de García Margallo- mucho menos parece plantearse en relación con el problema a largo plazo del cambio radical que ha experimentado la renta de situación de España. Conviene aclarar esto ante la opinión española.

La renta de situación depende de eso que se llama, en principio, un factor económico derivado de la naturaleza. Los países están donde están, como derivado de toda una larga y compleja historia, y su latitud y longitud dan la noticia de su localización. Pero la economía de ellos depende de si tienen o no facilidad para, desde esa situación concreta, poder ampliar, o no, los mercados. Sabemos ya todos, no solo los economistas, que desde que lo planteó Adam Smith en La riqueza de las naciones, el desarrollo nacional se deriva de esas posibilidades de ampliación.

En el mundo, a partir de la evolución de la Revolución Industrial, habían surgido dos potentes mercados. Uno, el de la Europa atlántica, encabezada por Gran Bretaña ya desde el siglo XVIII, pero a partir del siglo XIX, ampliado con Francia, Alemania y los Países Bajos, y posteriormente, sobre todo en el siglo XX, con los países escandinavos más ciertas regiones de Italia. Y todo eso en el interior de Europa rodeaba físicamente a Suiza. Al norte se encontraba la Renania industrial y otras ricas regiones alemanas; al Este, desde Lyon a París, con toda la llamada Isla de Francia, se hallan las regiones galas más ricas; al sur, con la capital Milán, se centra precisamente la Italia más rica, y al Este tenemos el valle del Danubio, con una Austria que actualmente dispone de una renta por habitante que supera en muchos sentidos a la de Alemania. Pero en el interior de esa situación, en una zona tremendamente montañosa, sin recursos minerales, con dificultades para los transportes interiores, sin poder agrícola significativo, y debido a haber sabido aprovechar esa renta de situación, surge la opulenta Suiza.

Pero desde las medidas de Lincoln y toda otra serie de derivaciones, apareció, tras su independencia, un país con un altísimo y creciente Producto Interior Bruto, los Estados Unidos. Debido a un fracaso mexicano en una especie de guerra insensata, creyendo que era tan fácil como había sido el hundimiento del Virreinato y su separación de España, el conflicto en el que fracasó el famoso general Santa Anna con Estados Unidos, hizo que este país se abriese al Pacífico, desde California a Alaska, con enlaces con Canadá.

La potente economía del Este norteamericano, con ese centro que es Nueva York, enlaza automáticamente con esa rica Europa del Norte. Ese enlace, financiero y de comercio internacional, discurre más al Norte de España. Véase su importancia al observar la economía a través del índice del PIB por habitante de Irlanda. Tras lograr una independencia y un gobierno estable, más el dominio del inglés -el problema del idioma es siempre importante-, y el acierto del establecimiento de una política económica muy ortodoxa, y por supuesto, de su ingreso en el conjunto de la Unión Europea, crearon la base primera para su desarrollo. El complemento ha venido de encontrar su situación en medio del enlace del tráfico entre la rica Europa del Norte y atlántica con los muy ricos Estados Unidos. Irlanda, en los pasados años 50, se encontraba en renta por habitante por debajo de España. Actualmente ya nos deja muy atrás. Ha sabido aprovechar la renta de situación.Pero ésta, como se ve en la historia de lo señalado por Suiza, para Irlanda muestra que quien sabe aprovechar esas realidades, prospera. Y también que existe una dinámica en esas realidades, precisamente lo intuido previamente, como se ha probado este verano en los Cursos de La Granda, por Magallanes, sobre las ventajas del enlace, a través del Pacífico de Asia con América, y a través del Índico, y sur de África, con el Atlántico, de Asia con la Europa rica. En el caso de Asia, el proceso, tras la Revolución Industrial, se inició a partir del proceso de desarrollo económico de Japón, derivado del triunfo del mikado sobre el shogunado. Y este avance se ha reforzado, tras la liquidación de los conflictos de Corea y de Vietnam, con la desaparición de las tesis de Mao en China, del desarrollo creciente del S.E. asiático con prolongación posible a Filipinas -que España debería tener más en cuenta-, por supuesto a toda la India, conjunto que enlaza cual enlaza crecientemente con Estados Unidos y cada vez más con Iberoamérica, de México a Chile y, especialmente, hacia Perú y Colombia. Simultáneamente, intenta de modo creciente, el enlace con la Europa rica, pero ahora, gracias a Suez, por el Índico, el Mar Rojo, Suez, Mediterráneo y por el estrecho de Gibraltar, finalmente por el Atlántico para enlazar con Europa.

Pero ese enlace, como señaló Prodi, afecta al Norte de Italia, en cierta medida a Francia y rodea a España. La renta de situación española, ajena a los anteriores enlaces, acaba de surgir.

Dentro de esa realidad se encuentran, ofrecidas por la naturaleza, las profundas aguas de la amplia bahía de Algeciras. Una realidad así augura, en principio, que a partir de ella se creará un potente polo de desarrollo basado en ámbito industrial y comercial de enorme peso. Naturalmente, de Algeciras radiará hacia Málaga por el Este y tras el resto de Cádiz por el Centro y Oeste. Pero, ¿por qué eso no puede tener lugar?

Sencillamente, porque en la Bahía de Algeciras se encuentra situado, con la ampliación de un crecimiento de las aguas británicas respecto a las españolas, un complejo militar del Reino Unido. El riesgo que una base naval militar crea, si además es de una potencia atómica como es la inglesa, con referencias a lo que puede suceder con la consolidación de una nueva Rusia que ya se ha asomado a Crimea, más los conflictos con el mundo árabe tan ligado a los intereses de Londres, motiva que un Gibraltar británico no puede basar el desarrollo económico del ámbito de la bahía de Algeciras y sus alrededores. ¿Quién puede invertir ampliamente en una zona que puede ser liquidada por un enemigo, al encontrarse en ella un punto de apoyo militar? No existe esa localización conjunta de base naval militar-región industrial simultánea en ningún lugar del mundo.

Solo, por tanto, si el Reino Unido abandona Gibraltar, existe futuro notable para esa región andaluza meridional de España, y su irradiación hacia todos los lugares. Efectivamente, si España claudica, y admite la continuidad de la situación actual en los pactos de la liquidación del Brexit, todo seguirá como hasta ahora, y esos 8.000 españoles que ahora viven bien gracias a sus tareas en Gibraltar, no tendrán problemas. Pero al aceptar esas condiciones a corto plazo, que serían, si eso sucede, aireadas electoralmente en la zona, se hundiría por muchísimo tiempo, el bienestar de cientos de miles de personas, en la zona de Gibraltar, en Andalucía y en el conjunto de España. La gratitud que se recibiese por eso, se esfumaría .

Personalmente, al observar, dato tras dato, los planteamientos del binomio Sánchez-Borrell, me confieso pesimista. Solo si en la opinión española, y desde luego en especial en la andaluza, se comprende lo que está en juego, podría lograrse una radical modificación. Sería un fruto muy positivo para España del planteamiento del Brexit.

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