
El fin de semana los cachorros de la independencia catalana iniciaron una escalada en la calle. Además de intentar frenar las manifestaciones de los que no piensan como ellos; además de pelearse con los Mossos d' Esquadra; además de acusar de traidores al president de la Generalitat Quim Torra y a su conseller el señor Buch; ... los CDR (Comités de Defensa de la República) empiezan a mostrar su desesperanza... quieren la República catalana independiente y la quieren ya. Algo que sus instigadores no pueden darles.
La posición de JxC (o sus componentes ERC y PDeCat) es la de siempre en el catalanismo: negociación. Lo que no satisface a la CUP y, menos aún, a los CDR. Los radicales no están dispuestos a perder lo que creyeron haber conseguido el año pasado y están a punto de estallar ante la ruptura del espejismo. De ahí su desesperanza que, canalizada en algarabía callejera, puede acabar en violencia.
No están equivocados al acusar al Gobern de esa desilusión. Fueron los grupos independentistas del Parlament los que gritaron ¡independencia! para luego decir que sólo era una declaración simbólica. Entonces su alegría se transformó en estupor que, tarde o temprano, alzará a los engañados contra quienes crearon ilusiones y, según ellos, las traicionaron. Los jóvenes no entienden las sutilezas de la política. Menos aún la de los actuales líderes del soberanismo catalán ¿Qué hacen sino sus diputados en el Parlamento español? Si de verdad son una República independiente que dejen de ir y cobrar allí ¿A qué no, señor Tardá, a que no, señor Rufián?
Ahora sus líderes deben realizar un proceso pedagógico nada fácil. El independentismo radical no es posible y para la CUP regresar a la autonomía gradual es impensable ¿Cómo salir de esta aventura? ¿Serán capaces de ello los actuales líderes del soberanismo o deben ser sustituidos por otros?
Dios no quiera que la desgracia de un accidente acabe en muertes. No lo desea nadie, ni sus protagonistas, ni los ciudadanos, ni siquiera los radicales (eso espero). Pero si la escalada no se corta, como pedía este fin de semana la alcaldesa Ada Colau, el riesgo es cada vez mayor. No se puede impedir que unos y otros se manifiesten en la calle. Tampoco se puede dejar el monopolio de su ocupación a una de las dos partes en que el procés ha dividido a los catalanes. Pero el equilibrio es inestable. Ocurre cuando los políticos se meten a "aprendiz de brujo". El procés es un Frankenstein que sus impulsores deben liquidar antes que él los liquide a ellos. Aunque no sería la primera vez que las altas clases catalanas llame al resto de España para que le saque las castañas del fuego. Recuerden las guerras de las Remensas (siglo XV) y la semana trágica (1909), por no nombrar acontecimientos más recientes.