El salto cualitativo de la inmigración ilegal que busca las fronteras españolas de Ceuta y Melilla preocupa a todos, Gobierno, partidos, UE y sociedad civil. Las mafias proveen a quienes utilizan la violencia para saltar la valla de material tóxico para ahuyentar a los agentes de la Guardia Civil, para quienes los apoyos por su labor y su sacrificio en la defensa de la integridad del territorio están siendo tan selectivas como en otras ocasiones. No olvidemos que un secretario general del PSOE como Pérez Rubalcaba consideró imposible de defender la actuación del Instituto Armado, y eso después de haber sido su máximo responsable político en el Ministerio de Interior. La cuestión es: ¿buscamos soluciones o seguimos arrojando este problema social a la cara del adversario?
Ahora que está tan en uso, ¿por qué no un decreto, de los que acostumbra el gobierno a implementar para resolver cuestiones no urgentes, para poner en marcha medidas urgentes respecto a la cicatriz fronteriza con Marruecos? Si para la exhumación de los restos del dictador del siglo XX español hay verdadera urgencia, qué no habrá con el fin de proteger a los funcionarios antes de que ocurra algo mucho peor que lo ya visto. Un decreto que salvaría todo el trámite parlamentario, como a Sánchez le gusta legislar, y que se ahorraría incluso el Senado en ese molesto trámite de preguntar a sus señorías los senadores, en realidad comparsas de un sistema democrático en el que sobran. Con ese Real Decreto Ley convalidado por la mayoría Frankenstein del presidente, podríamos disponer acciones que garantizaran la seguridad de los agentes y que su trabajo de defensa de la frontera fuera realizado sin las constantes críticas y descalificaciones a las que se les ha sometido desde hace demasiado tiempo.
Ningún partido político ha afrontado con perspectiva de Estado este problema. Los que se han mostrado más tajantes, siempre dentro de unos términos políticamente correctos, son PP y Ciudadanos y lo más bonito que se ha llamado a sus dos líderes es xenófobos. Eso sí: cuando el efecto propaganda de un barco recibido con oropeles se ha diluido, pocas migajas quedarán para la siguiente embarcación, o para la misma como demostró aleccionadoramente el caso del Aquarius.
La inmigración, vista desde países como el nuestro que son frontera de entrada natural desde otro continente por mar y varios más por aire, se llama exactamente así: inmigración. Y los inmigrantes no pueden mutar en migrantes por arte de modernidad periodística. Las migraciones son en todos los sentidos. La inmigración lo es cuando se observa y se analiza desde el punto de vista de la sociedad que recibe a los que huyen de sus lugares de origen. Cambiar el nombre a las cosas está muy de moda para fortalecer esa verdad falseada que es la posverdad, pero no cambia la realidad de las cosas.