
Al parecer, forzado por Podemos, uno de los múltiples aliados que le sujetan, el Gobierno se aviene a aumentar o crear nuevos impuestos. Aunque oficialmente no se dice nada en concreto, lo que se filtra habla de tres nuevos impuestos, para los cuales, según alguna fuente oficial, "hay margen". Los nuevos impuestos perecen ir dirigidos a la banca -aunque, como es habitual, el Gobierno dice y se desdice al mismo tiempo-, a las grandes empresas -especialmente, a las tecnológicas estadounidenses, aunque sin concretar que son grandes empresas-, y a los ricos -un grupo que, al parecer, son aquellos que tienen ingresos brutos superiores a los 60.000 euros anuales-. Todo son especulaciones, pero lo que si parece cierto es que los nuevos presupuestos pasan por Podemos que exige aumentar los impuestos.
Sería fácil hacer demagogia con un tema tan serio, y referirnos donde se encuentra la categoría de ricos; y si estos pertenecen a esa clase de personas propietarias de varias viviendas que disfrutan también de casas individuales en urbanizaciones de lujo; o también si los ricos son aquellos que una vez lograda una vivienda de protección oficial la venden con rapidez obteniendo una importantísima plusvalía. Estos que, por otra parte, se escudan en la defensa de la gente: colectivo humano de difícil concreción. Váyase si no al Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y se verá la dificultad de agrupar a los seres humanos en esa categoría; pues, aparte de las ocho definiciones que se dan, explicita otras muchas según su utilización por el idioma español.
Vayamos a los efectos de un aumento de los impuestos. Lo primero que hay que decir es que au-mentar los impuestos no tiene porqué ser negativo. Una política fiscal adecuada puede ser incluso motivo de crecimiento económico y de reparto más equitativo de la riqueza, siempre que esa política fiscal se dirija a reducir gasto público ineficiente, estimule el ahorro, incremente la innovación y la competitividad empresarial, sirva como aumento del capital humano y la competitividad de los trabajadores, y sea un instrumento de atracción de inversiones, facilitando a su vez el aumento de las exportaciones. En definitiva, que se dirija a incrementar la actividad económica generando mayores cotas de riqueza que puedan distribuirse en un círculo virtuoso dentro de la sociedad. Todo parece, sin embargo, que los impuestos de los que se habla van en dirección contraria. Nada se dice de aumentar la eficiencia del gasto público, como tampoco los efectos que tales subidas impositivas tendrán de positivo sobre la riqueza nacional en un contexto globalizado como el actual.
Aumentar indiscriminadamente los impuestos o dirigirlos a los trabajadores ricos, a la banca o a las grandes em-presas, como parece promoverse, tendrá efectos muy negativos. No en el corto plazo, porque el pa-quebote económico reacciona con lentitud, pero si a medio plazo. Cosa que, quizás, es lo que se busca: primero incentivar el gasto ineficiente para ofrecer el nirvana económico a la gente y, después, ya veremos: siempre habrá alguien a quien echarle la culpa.
Un nuevo impuesto a la banca reducirá sus beneficios y evitará que realice la transformación que le demandan los nuevos tiempos, donde las inversiones en innovación y la enorme competencia obliga a este sector a una constante transformación con mayores cotas de eficiencia y menores costes de transformación. Nuevos impuestos a la banca tendrán como resultado mayores costes para sus clientes, que se repercutirán en forma de mayores tipos de interés con mayores comisiones. Y si tales clientes son empresas, el resultado continuará aguas abajo, traduciéndose en incrementos de precios de sus productos o servicios; y, ante la incertidumbre, aumentarán las dificultades para una mayor contratación de empleados; es decir, un efecto negativo sobre el empleo, con mayor gasto público por desempleo y menores ingresos por IRPF.
Casi lo mismo se puede decir de los impuestos a las grandes empresas; eso, sin saber quienes entran en esta categoría; pues si fueran empresas medianas o pymes, o estuviéramos hablando de autónomos, los efectos serían aún más graves. Y si sólo son grandísimas empresas el efecto sobre la recaudación sería mínimo, por no decir irrelevante. Quedan entonces los ricos de 60.000 euros de ingresos brutos. No hace falta tener muchos conocimientos económicos para ver tres efectos de esta nueva fiscalidad, y todos negativos. El primero, se refiere a la insolidaridad de cargar toda la política fiscal en las clases trabajadoras: los que están sujetos a una nómina, por decirlo más adecuadamente. El segundo, mayores cargas a las familias, ya de por si con dificultades para sacar a sus hijos y a ellos mismos adelante. Y, tercero, de nuevo, la realimentación negativa sobre el output económico global. Un círculo vicioso de efectos muy negativos. Al final, todo este embrollo fiscal lo sufrirá la gente.