
Lo ocurrido estos días en la política española pasa a la Historia de la democracia por coronar por vez primera en el gobierno a un partido que no ganó las elecciones. Una tradición que se rompe en mitad de una legislatura que todos presumíamos tormentosa y que ha resultado ser un tormento para los españoles. El presidente no será además diputado, algo sin precedentes e impensable hasta hoy.
Con los resultados electorales de 2015 y los de 2016, el Partido Popular era carne de cañón al no haber obtenido la mayoría absoluta que antes dispuso. Esta formación política debía haber aprendido de todos sus años de trayectoria que sólo puede gobernar en solitario y con los únicos votos de sus representantes. La irrupción de Ciudadanos, como se ha demostrado en Madrid, no ha sido más que su dolor de cabeza disfrazado de supuesto socio ideológico, que en realidad concentra todos sus esfuerzos en derrotarle en cada una de las acciones que lleva a cabo. Hoy Albert Rivera y sus colaboradores han despertado súbitamente de su sueño de derrocar al PP percatándose de que sus verdaderos enemigos estaban en otra bancada que ahora ocupará los escaños de color azul.
Con aquellos resultados de las urnas, lo extraño ha sido que Mariano Rajoy haya tenido la mitad de una legislatura de propina, el tiempo de gracia en el que la amalgama de partidos que hoy convierte en presidente a Pedro Sánchez han tardado en resolver sus diferencias y hacer de la necesidad virtud. Sánchez ya fraguó en 2015 las alianzas en los ayuntamientos que supusieron el adelanto de lo que el siguiente año se intentó sin éxito, y lo que ahora ha fructificado.
Lo que ha cambiado desde que en octubre de 2016 el PSOE decidió expulsar a su secretario general porque preparaba un acuerdo con los mismos que hoy le van a convertir en presidente es la posición de los barones socialistas, que ahora han aceptado lo que entonces repudiaron. Los jefes territoriales del partido forzaron la dimisión de Pedro Sánchez en un episodio convulso del que parecía que esta formación política tardaría años en recuperarse, un error de apreciación que cometieron tanto los analistas como la propia opinión pública española. Y ahora esos mismos jefes territoriales, muchos de ellos presidentes autonómicos, han aceptado los planes del redivivo secretario general sin plantear el mismo cuestionamiento que forzó su salida hace sólo un año y medio.
Pedro Sánchez no va a presidir un gobierno inestable, como se está concluyendo. Su apoyo parlamentario se coloca en términos muy similares a los que tuvo el presidente Rodríguez Zapatero en su primera legislatura cuando ganó sin mayoría absoluta: 156 diputados. Los suyos, y los de su socio preferente que será Unidos Podemos que condicionará las políticas del ejecutivo, sea monocolor o bicolor. La legislatura se acercará mucho al final marcado en junio de 2020 por esa estabilidad que ahora han encontrado los dos partidos de la izquierda española, en compañía de otros.