
El 10 de mayo de 2018 nos levantamos con un precio del barril de crudo Brent por encima de los 77 dólares/barril. Muchos se preguntan si esta escalada, comenzada a mediados de 2017, seguirá hasta poner en peligro los buenos resultados económicos de los países necesitados de comprar hidrocarburos fuera de sus fronteras. Todo, en un mercado con fuertes intereses geopolíticos de compleja explicación, donde Estados Unidos es el mayor productor hoy, seguido de Arabia Saudí y de Rusia, que ostentan el 15%, el 13% y el 11%, respectivamente, de la producción mundial. Circunstancia que se une a las inestabilidades que tanto le gusta crear al presidente Trump, que vuelve sus ojos a Irán, después de enfriar las tensiones con Corea del Norte; siempre en un larvado conflicto con Rusia y apretando a China; mientras Europa sigue sin tener una política internacional genuinamente europea.
El mercado del petróleo es, como siempre, el termómetro de lo que sucede en el marco geopolítico. Además, es clave en la marcha de las economías de los países no productores; la mayoría de los cuales están en Europa y en los mercados emergentes de Asia, incluida China. Con cierta perspectiva, se puede comprobar que, desde enero de 2017 a enero de 2018, la producción de petróleo en el mundo aumentó en 1.200.000 barriles diarios (b/d); pasando en ese período de 96,32 a 97,54 millones de b/d. Rusia y los países de la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo) habían acordado antes incrementar la producción; en concreto, entre los dos la subieron en 150.000 b/d. Aunque para ser más exactos, quienes realmente lo aumentaron fuertemente fueron Estados Unidos y Canadá, mientras que los países productores de Europa y Asia la redujeron. Los dos primeros, con petróleo (y gas) sacado básicamente de capas de pizarra, lo que técnicamente se denomina LTO (light tight oil), sumaron un millón y medio de barriles adicionales diariamente, mientras que los segundos los redujeron en algo más de 500.000 b/d.
El incremento de la producción tiene, sin embargo, mucho que ver con la evolución de los stocks y la demanda. Cuando se mira esta combinación, de acuerdo con los datos de la Agencia Internacional de la Energía, se comprueba que, si la producción de la OPEP (con Rusia) se mantuviera constante en 2018, y si no hubiera cambios en la producción y la demanda fuera de esos países, al final del año el mundo se encontraría con un stock de unos 0,6 millones de b/d; una cifra realmente corta para responder a unas economías en crecimiento. Consecuencia que procede del desequilibrio existente entre oferta y demanda, que no tiene otra opción que ir contra los stocks; por lo que los precios, al final tienen mucho que ver con las decisiones que tomen Rusia y los países de la OPEP respecto de sus niveles de producción, ya que Estados Unidos y Canadá, no tienen capacidad para aumentar más su oferta.
Lo que habla de las conversaciones que existen entre el nuevo cártel formado por la OPEP y Rusia, con la OCDE, que pretende de los anteriores más crudo en el mercado a fin de contener la escalada de precios.
Hay que considerar además el efecto de los biocombustibles, que no dependen tanto de los juegos geopolíticos anteriores. La producción de este tipo de combustibles que, en marzo de 2010, era de unos 0,5 millones de b/d, comenzó una escalada para llegar, en septiembre de 2017, a casi 3 millones de b/d. Una circunstancia, desde luego, anómala. Lo que explica la caída de la producción de biocombustibles, en marzo pasado, en más de 800.000 b/d. Un fenómeno que dejará de respaldar precios a la baja del petróleo.
Lo anterior, sin embargo, se refiere al funcionamiento del mercado de commodities; es decir, al comportamiento del triángulo que forman oferta, demanda y stocks; pero, hay más, como son los acuerdos entre los productores y los grandes consumidores, que se mueven en otra dirección. Y ahí aparece, por ejemplo, Arabia Saudí, que no quiere que Irán le robe cuota de mercado. Como también surge la competencia entre el crudo saudí y los productores americanos de LTO. Un juego que, de un lado, mueve a fuertes descuentos a los grandes consumidores por parte de Irán y Arabia Saudí; y, por otro, explica el porqué de las declaraciones de Donald Trump en contra de Irán a cuenta de su programa nuclear. No se trata solo de una amenaza a los equilibrios globales de armas nucleares, interviene en esto el hecho de que Irán pone en el mercado casi cuatro millones de b/d. Un competidor molesto, por otra parte.
¿Qué pasará con los precios? A buen seguro seguirán subiendo. ¿Hasta donde? Hasta un nivel que sea del agrado de todos. Difícil decirlo, quizás en torno a los 85 dólares/barril. A nadie le interesa abrir una nueva crisis económica global que pasaría por Europa. Lo que no quita para que, a la vez, se intensifiquen las tensiones entre Estados Unidos con Irán y Rusia; con China en la trastienda defendiendo sus intereses, que no son los del presidente Trump.