
Cuando en 1994 el comisario Bratton de la policía de Nueva York ayudó al alcalde Giuliani a cambiar la seguridad de la ciudad, una de sus hipótesis fue "la teoría de los cristales rotos". Teoría que afirma que cuando en un edificio se rompe una ventana y no se arregla, la propensión a que se rompan los cristales de las demás aumenta aceleradamente. Es una experiencia que cualquiera que haya vivido en una zona urbana degradada ha experimentado. Cuando no se cuidan los detalles, se acaba deteriorando el conjunto. La propensión a que los grafitis pasen de arte urbano a expresión de descuido y desidia es altísima.
Con la seguridad ocurre lo mismo. Los delincuentes habituales inician su carrera profesional con pequeñas cosas. Un hurto, un pequeño robo, una pelea callejera... si no encuentran graves consecuencias, pasan poco a poco a mayores hazañas. Con el tiempo pasan a adquirir primero maestría y luego el doctorado en su especial profesión.
Por eso, el comisario Bratton se enfocó al principio en pequeños actos delictivos e, incluso, en lo que se podría calificar únicamente de faltas. Los limpiacristales, los grafiteros sin permisos, los portadores de armas sin licencia en los transportes públicos, los vendedores ambulantes sin autorización... Para ello, aplicó las leyes disponibles, por supuesto sin extralimitarse, pero con rigor. Aparte de otras estrategias, ésta de controlar los hechos menores dio sensación de seguridad a la ciudadanía y a los medios de comunicación. La imagen de Nueva York como ciudad cambió. Algo absolutamente útil para una urbe que vive del turismo en buena medida.
Pues bien, ahora en Cataluña está apareciendo un fenómeno que unos llaman terrorismo de baja intensidad y otros solo agitación callejera. Manifestaciones que ocupan la vía pública sin pedir permiso a la autoridad competente. Una autoridad cuya misión es velar por la libertad de todos, no solo de unos; por el derecho a la libre circulación, el orden y la paz ciudadana. En España todo el mundo puede manifestar y defender pacíficamente sus ideas. Otra cosa es hacerlo a costa del derecho de los demás.
¿Se debe aplicar la "teoría de los cristales rotos" a este fenómeno? Sin duda, aunque aplicando la ley y las normas correctas y proporcionales. Hacer ojos ciegos y oídos sordos a este tipo de fenómenos acaba en una escalada en la que pierden todos; los que más, los ciudadanos corrientes.
Dice el refrán: "a grandes males, grandes remedios". Pero sería mejor que no hubiera grandes males, la prevención es preferible a la reacción. Para eso hay que aplicar otra norma: a pequeños problemas, soluciones adecuadas.
Decían los griegos clásicos que la ley tiene una misión educativa, algo que no hay que olvidar a la hora de aplicarla.