Firmas

La falsa realidad

Lavapiés tras los disturbios por la muerte del mantero. Foto: Efe.

¿Y si fuera cierto el falso rumor que Juan Carlos Monedero y los concejales de Manuela Carmena propalaron tras la muerte de Mmame Mbage? ¿Y si el senegalés hubiera muerto de un infarto cuando huía de la policía? ¿Hubiera cambiado algo? Tal vez hoy las calles de algunos barrios de Madrid estarían incendiadas, como en su día lo estuvieron las de las periferias de Londres y París. Y nos sentiríamos responsables por ello. ¿Era lo que pretendían?

Lo cierto es que Mmame no huía de la policía cuando murió. Lo ha confirmado el concejal de Seguridad del Ayuntamiento. Como dice la autopsia, su corazón era débil y falló. El senegalés es una pobre víctima, pero no de las fuerzas del orden. Si acaso, de la mala fortuna de nacer en un país pobre y, desde luego, de las mafias. Es uno más de esos seres humanos que embarcan su vida y precarios bienes en cruzar el Sáhara para encontrar un futuro mejor en Occidente, que malviven después en sus calles, vendiendo a salto de mata productos falsificados.

Pero Mmame estaba también contraviniendo la ley. Su forma de ganarse el sustento ni era legal ni legítima. Él, como todos los que venden copias ilegales en la calle, era el último eslabón de una cadena mafiosa que, según un estudio de la Asociación Internacional de Marcas, provoca la pérdida de casi cinco millones y medio de empleos. Mmame no pagaba impuestos, ni cotizaba a la Seguridad Social para financiar las pensiones de nuestros jubilados, como sí hacen los comercios legales que abren la persiana cada día en las ciudades.

Y, si su corazón hubiera fallado como consecuencia de esa carrera, los agentes no serían los responsables. Es obvio, pero sepultados como vivimos bajo toneladas de propaganda populista resulta políticamente incorrecto decirlo. Ése es el verdadero triunfo de Podemos, más allá de la violencia callejera en el barrio de Lavapiés: ha logrado tergiversar la realidad para ajustarla a sus intereses. No todos los hombres y mujeres de buen corazón que sienten la muerte del senegalés son sus votantes. Como tampoco lo son todos los jubilados que se lamentan en las manifestaciones. Ni las miles de mujeres que el 8 de marzo se manifestaron. Pero todos están en la calle, haciendo visible su malestar. En unos casos real. En otros, jaleados por los medios de comunicación. En otros tantos, provocado por una lectura inducida e interesada de los hechos.

Dice Pablo Iglesias en su libro, Disputar la democracia que "nunca se debe asumir el lenguaje del adversario político, sino disputarlo (...) La nuestra ha tratado de ser una estrategia de combate político en la batalla de las ideas que se libra en los medios cuyo peso es fundamental a la hora de determinar cómo piensa la mayoría". Ése es el objetivo, que pensemos como ellos quieren. Si definen los marcos sociales en función de sus intereses, habrán vencido. Y entonces no será la democracia participativa ni la ley las que marquen los parámetros de convivencia. Será Podemos.

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