
El optimismo que siempre acompaña a las buenas noticias cada vez dura menos en Europa. La alegría compartida en la capital comunitaria y en los Gobiernos nacionales tras el respaldo de los socialdemócratas alemanes al Ejecutivo de coalición en su país se convirtió ayer en una fría intranquilidad, e incluso un temor contenido, tras observar el resultado del voto en las elecciones italianas.
Justo cuando Europa se prepara para una posible guerra comercial con EEUU, por culpa de los aranceles que quiere imponer Donald Trump, el populismo y la derecha xenófoba se apuntaron una victoria que devuelve a estas formaciones a la primera línea de las preocupaciones de la agenda europea.
Pincha el relato del 'momentum' político y económico esgrimido por el 'establishment' europeo para sacar adelante las grandes reformas de la eurozona. Europa vuelve al modo gestión de crisis, del que nunca ha terminado de salir desde hace una década.
La celebración por el retorno de la normalidad política a la locomotora alemana ilustra los tiempos convulsos del continente. La estabilidad ya es un logro incluso en el socio que guardaba sus esencias. Nada se da por seguro desde que el colapso financiero iniciara hace una década una crisis multidimensional (economía, migración, seguridad, exteriores, Brexit…) que ha dejado a la Unión contra las cuerdas desde entonces. El Viejo Continente lleva tiempo dedicándose a salvar bolas de partido, las que puede.
Porque Alemania, por no decir el resto del continente, se ha 'italianizado'. El país, laboratorio y campo de pruebas de la política, ya fuera de los fascismos o del eurocomunismo, de cómo aunar corrupción y poder o gobernar con un Parlamento hiperfragmentado, ha exportado al corazón de Europa no sólo ese populismo carismático de corte berlusconiano y la ruptura del arco político, sino también crisis como la migratoria, propias de los que comparten las costas del Mediterráneo.
Los resultados italianos traen, además, un aviso de lo que podría suceder en las elecciones europeas de la primavera del próximo año. Los líderes europeos repetían, aunque sin mucha preocupación, que el triunfo de Emmanuel Macron en Francia y la no victoria de Geert Wilders en Holanda el pasado año no supusieron el toque de gracia para el magma de euroescepticismo, populismo y xenofobia que empapa casi todo el bloque.
Pero ahora el 'tsunami' político ha vuelto. Bruselas prefirió ayer recogerse y esperar a que la situación se aclare en la nación transalpina. La Comisión Europea evitó entrar en valoraciones políticas del resultado escudándose en que el recuento no había terminado.
"Confiamos en la habilidad del presidente [Sergio] Mattarella para facilitar la formación de un Gobierno estable en Italia, y mientras Italia tiene un Gobierno liderado por [Paolo] Gentiloni, con quien trabajamos de cerca", respondió su portavoz jefe Margaritis Schinas. Incluso Twitter quedó mudo. El comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, se felicitó por el resultado del referéndum de los socialdemócratas alemanes.
"Alemania está ahora lista para involucrarse por una Europa más fuerte", dijo en la red social. Pero ayer no hubo ni palabra. Tampoco desde el Parlamento Europeo, cuyo presidente, Antonio Tajani, se puso a disposición de Berlusconi para capitanear un Gobierno de centroderecha.
Tan solo la líder de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, escribió que Europa estaba teniendo "una mala noche", en referencia a la jornada del domingo.
Italia, socio fundador de la UE y tercera economía del euro, tiene el suficiente peso político y dimension económica para desestabilizar Europa.
Aunque las buenas noticias no duren, en las malas a veces se puede encontrar algún consuelo. Nadie corrió ayer a dar las luces de alarma en Bruselas, y los mercados no se hundieron. Puede que Europa no aprenda a base de golpes, pero al menos si se le endurece lo suficiente la piel para continuar sin tropezar. O, en palabras de Schinas, "mantener la calma y seguir adelante".