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Riesgos de nuestro modelo de crecimiento

Foto: Getty.

El Foro Económico de Davos tuvo por lema Crear un futuro compartido en un mundo fracturado. En anteriores ediciones se reconoció que la globalización, con la eliminación de barreras comerciales y la intensificación de la movilidad de factores, puede aumentar las desigualdades y, en consecuencia, fomentar el proteccionismo, del que Donald Trump fue en Davos el máximo adalid ("América primero"). La constatación de este fenómeno en varios países desarrollados -junto al cambio climático- se percibe hoy como un gran riesgo. Es significativo que apenas hubo en 2017 eventos celebrando los 200 años de la publicación de Principles of Political Economy and Taxation, donde David Ricardo mostró la teoría de la ventaja comparativa, modelo sencillo sobre cómo las diferencias entre países dan origen a las ganancias conjuntas del comercio internacional.

Hay abundante literatura económica sobre cómo el fenómeno globalizador y la intensificación del comercio internacional pueden empobrecer a amplios grupos sociales dentro de cada país, aunque en conjunto genere riqueza y reduzca globalmente la pobreza. Básicamente puede generar incrementos del desempleo por la deslocalización de los centros de producción, si los procesos de ajuste y reconversión se realizan bruscamente o se demoran demasiado. Buscar mecanismos de compensación a perdedores de la "riqueza cambiante" sigue siendo un reto pendiente para frenar la oposición a la globalización.

En España, los procesos de ajuste que, tras las primeras oleadas deslocalizadoras y la aparición de tecnologías digitales, sufrieron los países avanzados para hacer frente al mercado globalizado, se demoraron por circunstancias políticas. De aquello resurgieron dos tipos de países: los tecnológicamente avanzados (ganadores de la globalización) y los "emergentes", especializados en producción estandarizada y bajo coste laboral. Quedamos en posición intermedia. Primero, por la coyuntura política; la reconversión casi fue una desindustrialización, mitigando sus costes sociales con mecanismos como el abuso de prejubilaciones. Segundo, por la persistencia de sectores estratégicos con elevado poder de mercado. Los organismos de defensa de la competencia no realizaron durante los 90, ya alejadas las tensiones políticas y ante un exigente Tratado de Maastricht, actuaciones significativas. En parte, por presiones de los grupos de interés. Así se explican las puertas giratorias, con alto precio en términos de bienestar. Una reducción del poder oligopolista o cuasi monopolista en dichos sectores, junto con la entrada efectiva de empresas con tecnologías nuevas y alternativas, hubiese reducido nuestros precios relativos y aumentado la competitividad exterior de sectores dependientes de inputs básicos controlados por esos oligopolios. Hubiéramos sido menos vulnerables a la última recesión global, agravada por la explosión de una burbuja inmobiliaria alimentada por créditos que excedían nuestra capacidad de pago.

Hoy crecemos más que la media europea, pero con desigualdad creciente y precariedad laboral. Ha mejorado la competitividad por efecto de la devaluación salarial, que junto a la demanda externa, ha empujado las exportaciones. Pero apenas absorben el 9% del empleo (una de las tasas más bajas de la UE) y tanto el peso de las de alta tecnología como la complejidad de las mismas son escasas (ver IMD World Competitiveness Center 2017 y Atlas of Economic Complexity). Somos potencia mundial en turismo, sector que es en España muy sensible a reducciones de precio y poco a aumentos de calidad, lo que acentúa la precariedad laboral. Su favorable saldo en servicios (en parte por factores coyunturales) sería insuficiente para compensar un posible aumento del déficit en Bienes, si se disiparan los vientos de cola. El déficit comercial aumentó un 39,2% en enero-noviembre de 2017. Sobre la Cuenta de Rentas pende la amenaza de unos intereses más elevados, con impacto en nuestra deuda externa, una de las más altas de los países de nuestro entorno. Este déficit global no podrá aminorarse con las transferencias corrientes y de capital que hasta ahora se recibían de Europa; seremos contribuyentes netos.

Dependemos demasiado de dos sectores de baja productividad: unas exportaciones con escasa tecnología y un turismo especializado en sol/playa. Apenas aparecemos en los rankings de innovación de los institutos internacionales.

Tenemos un modelo de crecimiento vulnerable por una productividad que apenas ha crecido en un largo periodo, mientras otros países se preparan, en un entorno globalizado, para la revolución digital. Hay pocas opciones. Un mercado autorregulado que genere un cambio natural/mágico hacia una economía más productiva y absorbente del aún alto desempleo, algo irreal, o diseñar una estrategia global de país para que, con un patrón de crecimiento más intensivo en conocimiento, sea competitivo, productivo e inclusivo, es decir, atractivo para vivir y trabajar.

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