Firmas

El fantasma de Puigdemont

Puigdemont, en la conferencia en Copenhague. Foto: Efe.

No es nadie, si acaso solo un prófugo de la Justicia. Pero cada vez que Carles Puigdemont estornuda, las cámaras se giran y le enfocan con gran nitidez. No solo en España, en toda Europa.

Los reporteros daneses le esperaban casi a pie de la pista de aterrizaje cuando ha llegado a su país -supuestamente para impartir una conferencia, quizá para provocar la reacción del aparentemente impasible juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena-. Algo impensable si hubiera llegado a Copenhague solo como lo que un día fue, el presidente de una comunidad autónoma española.

Para algunos, Carles Puigdemont no es más que un audaz bufón y entre la opinión pública sus peripecias ya generan aburrimiento, cuando no absoluto hartazgo. Por el contrario, para sus más rendidos admiradores, unos cuantos miles más que los separatistas catalanes, es todo un estadista. A lo mejor es solo un hombre temerario, si acaso astuto, muy bien asesorado en materia de imagen, que únicamente trata de aplazar su destino inexorable, a fuerza de sacar interminables conejos de la chistera.

Puigdemont ya no es nada. Acabará en manos de un juez o huido para siempre y convertido en ácidos chistes que correrán de boca en boca. Pero mientras siga apareciendo en las pantallas de televisión será como ese fantasma de la Navidad pasada, que nos impedirá dormir cada día con un mínimo de sosiego.

Por eso, los suyos, que siguen la extraña consigna de que "cuanto peor, mejor" que tan buenos réditos les ha proporcionado, le proponen como firme candidato a presidente de la Generalitat, y por eso también son capaces de justificar al director general de Tráfico Gregorio Serrano: ¿Si él pudo dirigir la AP-6 desde Sevilla, por qué no va a poder dirigir su presidente Cataluña desde Bruselas?

La precipitada convocatoria de elecciones en Cataluña es la que mantiene vivo el problema de Puigdemont, pero de poco sirve lamentarse ahora por decisiones ya pasadas, que no pueden revocarse. Con el artículo 155 en la mano, el Gobierno goza todavía de la autoridad suficiente para acabar con él.

Porque si Puigdemont mantiene el interés sobre sus andanzas o si logra acceder al Parlamento catalán en la sesión de investidura aunque sea detenido, no solo se llevará por delante unas cuantas décimas de PIB, como ha vaticinado el FMI, sino que acabará también con los días de Mariano Rajoy en el Gobierno de España.

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