
Sabemos muy poco de ellos. Pero hoy se presentan formalmente ante la sociedad, aunque la formalidad no parece ir con su espíritu.
Al menos nos explicarán qué hay detrás de ese movimiento (o lo que buenamente sea) que se hace llamar Tabarnia y que a los que no nos ha picado el dañino virus del independentismo con una de sus múltiples y peligrosas cepas, incluida la de la comprensión o la justificación, nos ha arrancado si no una sonora carcajada, al menos una cómplice sonrisa.
Sospecho que seguirán guardando unas cuentas sorpresas en el cajón, manteniendo el interés con la incógnita. Aunque la realidad es que han ido corriendo unos cuantos velos. Por ejemplo, ya han contado que no son ningún partido político. No vaya a ser que vayan a por ellos.
No sólo los nacionalistas, han puesto nerviosos a unos cuantos más. Y es que Tabarnia es mucho más que la mejor caricatura que se ha hecho de las andanzas del expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont y su séquito. Es mucho más que una respuesta a todas luces simpática y sobre todo efectiva al absurdo que suponen los separatistas catalanes.
Tabarnia es mucho más. También el grito ácido, imaginativo e irreverente de la sociedad civil que planta cara a las mentiras, justificaciones absurdas y a la impostada pose de gravedad de los políticos. Hoy son los independentistas. Mañana puede ser cualquiera. Ése es el riesgo que encierra para los que viven de la cosa pública. Porque da la impresión de que su virus, el tabarnés, está más extendido de lo que parece. Démosle tiempo al tiempo para ver su alcance real.
No hay más que pegar la oreja a las conversaciones del bar, del metro o el mercado para escuchar que hay muchos que ya han dicho ¡basta ya! Hay muchos muy hartos de estar cargados de obligaciones mientras ven como unos pocos se llevan su dinero a fuerza de lamentos impostados. Muy hartos de que les carguen encima responsabilidades que no les corresponden a la hora de emitir su voto. Muy hartos de pagar el sueldo a cualquiera que manda porque hacía la pelota al jefe.
Y están dispuestos a responder con una irónica sonrisa. España parece haber cambiado mucho en unos meses. O tal vez es que ya no hay miedo.