
Nadie en aquella noche aún cálida de finales de septiembre habría jurado que la gran coalición se repetiría en Alemania. Los resultados electorales daban a Angela Merkel una victoria agridulce, que le obligaría a hacer piruetas para conservar el poder por un cuarto mandato consecutivo.
Sus socios de la legislatura anterior se habían dado un trompazo significativo, y eso colocaba al SPD de Martin Schulz en ínfimas condiciones de reeditar un acuerdo que le había llevado al abismo, casi al ostracismo en las siempre complicadas y teutónicas urnas de la República Federal. El esquelético 20% logrado por el ex presidente del europarlamento suponía el peor resultado de esta formación política en la historia.
Merkel intentó entonces la cuadratura del círculo, y fracasó en el intento. La coalición Jamaica debía poner de acuerdo a los liberales de Lindner y los verdes, que habían logrado mejorar sus resultados pese a la obsesiva tendencia de la canciller a robarles el mensaje ecologista. Todo intento era útil para frenar la posible influencia que pudiera tener el partido euroescéptico, xenófobo y nacionalista, una Alternativa por Alemania que había cosechado un resultado increíble que le situaba por primera vez con voz propia y un grupo numeroso en el Bundestag.
Sin margen de posibilidades al diluirse la posible coalición negra, amarilla y verde, Merkel no tenía otra opción para evitar nuevas elecciones que intentar reeditar la Gran Coalición pese a las casi definitivas reticencias de los socialdemócratas. Y miren por donde, a la espera prudente de que sea ratificado por los órganos del partido, el pragmatismo alemán ha vuelto a imponerse a la visceralidad que tanto conocemos en tierras latinas, en este agitado sur de Europa. CDU y SPD han sellado un compromiso que mejorará el país de los Lander y matizará todas las políticas sociales y económicas que lleve a cabo Merkel desde que se firme y se confirme la alianza.
Acuerdos que pasan, en un documento de 28 páginas, pasan aún de puntillas sobre cuestiones clave pero ya establecen compromisos en materia fiscal y de inmigración. No habrá más impuestos (Merkel logra imponer su programa), y la limitada llegada de refugiados se subsana con más reagrupaciones familiares mensuales (como exigían los socialdemócratas en el suyo).
Las lecciones de esta búsqueda de entendimientos y de este posibilismo patriótico deberían resonar a este lado del Mediterráneo. Y tintinear en los oídos de muchos dirigentes políticos, en una etapa en la que en España se busca de forma compulsiva el interés partidista por encima de las necesidades generales y de los mensajes claros que la ciudadanía deja escritos en los resultados de las elecciones: consensos, acuerdos, cesiones para alcanzar puntos compartidos, resolución de problemas. En suma, menos ombliguismo, menos crítica infantil constante al adversario, y más búsqueda de instrumentos que beneficien a la mayoría de los ciudadanos, sin el constante desprecio que acompaña cada declaración de un político ante los micrófonos y las cámaras.