
Podríamos decir, como en el archifamoso cuento de Monterroso, que "cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí". Sólo habría que cambiar la palabra dinosaurio por independentismo, y tendríamos un fiel reflejo de lo que nos espera de aquí hasta las elecciones del 21-D. Con el agravante de que este recorrido que nos lleva a las puertas de la Nochebuena tiene toda la pinta de ser sólo la primera fase de un muy (todavía más) largo proceso.
Las encuestas que estamos conociendo estos días vienen a dibujar un Parlamento catalán muy parecido a lo que ahora mismo está disuelto en virtud de la convocatoria electoral. Es decir, una victoria de las fuerzas soberanistas en escaños, una cierta subida de las constitucionales y, en medio, de árbitro, Ada Colau, la verdadera jefa de Podemos en Cataluña.
Y a continuación, la pregunta que todo el mundo se hace: ¿Y Colau es independentista o no lo es? Nadie se atreve a contestar con un sí o un no rotundo. Colau ha demostrado ser una maestra en el arte de la ambigüedad, mostrándose contraria a la declaración unilateral de independencia, pero al tiempo criticando la actuación del Gobierno central. Pensando en positivo, podemos tener más o menos claro que lo que evitará la convocatoria electoral será otra hoja de ruta que lleve a una declaración de independencia unilateral.
Eso sí, amnistía y presos políticos serán palabras escuchadas hasta la extenuación en las próximas semanas. ¿Y después? Pura ciencia ficción. Lo que parece bastante claro es que la situación está tan polarizada que la solución no es nada fácil. Igual que se puede defender la actuación judicial dada la gravedad de los delitos cometidos por el Govern cesado, hay que tener claro que con la judicialización no se va a solucionar el problema. Aunque tal y como están las cosas hay que dejar de pensar en buscar una solución para centrarse, sencillamente, en encontrar una fórmula de convivencia.