
La República de Cataluña es como el capítulo I de La Guerra de las Galaxias, es decir, La amenaza fantasma (1999), pero sin el talento de George Lucas. Un cascarón que no ofrece a sus ciudadanos nada real. Al máximo que pueden aspirar los dirigentes nacionalistas es a una soberanía compartida, como la que propugna Herrero de Miñón, que garantice la convivencia entre las dos comunidades con las que tienen que convivir. Y, tal como actúan, es una opción que no solo no abre camino, sino que cierra todas las salidas dando alas a quienes propugnan una vuelta atrás con la reinterpretación regresiva del Título VIII de la Constitución.
Que el presidente de un Gobierno presuntamente de centroizquierda como el formado por Juntos por el Sí se haya tirado al monte solo tiene una explicación: la escasa visión del Estado de Carles Puigdemont. Un dirigente sin cuajo, que provoca vergüenza ajena por su falta de ideas y convicciones.
Comparar a Puigdemont con el expresidente de Euskadi, José Antonio Ardanza, provoca risa. Es como comparar a Dios con un gitano, con perdón de los gitanos. Si comparamos los dos procesos nacionalistas de la Transición, nos encontramos con el vasco que, en una situación infinitamente más difícil por el terrorismo, supo encontrar una salida para garantizar la convivencia; y con el catalán, que gozaba de una situación envidiable, pero que ha conducido a un callejón sin salida. La diferencia es que los vascos han tenido buenos políticos y los catalanes, no.
La razón por la que Puigdemont no aprovechó la oportunidad de convocar elecciones fue porque le daban vértigo la calle y las acusaciones de traición. Prefirió mantenerse fiel a sus intereses y a los de su camarilla, antes que a los de su pueblo. Si Rajoy le hubiese asegurado que dejaba en suspenso los procesos judiciales y le garantizaba su inmunidad, el problema se habría solucionado. Lo mismo se puede decir de Oriol Junqueras, a quien no le llega la camisa al cuello, porque sabe que el día en que entre en la Generalitat un Gobierno que no sea nacionalista le procesarán por malversador.
Por eso prefiere quemar la casa para escabullirse entre las llamas y el humo. Un par de cobardes. El lado oscuro de la fuerza.