Firmas

La marrullería de Puigdemont

  • El artículo 155 está para lo que está, ya que no es un adorno institucional
Foto: Archivo

La respuesta o carta del jueves día 20, del señor Puigdemont, afirma que se "podrá proceder a votar la declaración formal de la independencia que no se votó el día 10 de octubre en el Parlamento catalán". Es decir, la carta dice que se declaró la independencia. Otra cosa es que se añada que no se votó. Ahora se dice que no se votó (algo obvio o evidente), pero, en este juego sutil de marrullería, si después no se aplicara el artículo 155, mañana el señor Puigdemont diría que, tal como incluso afirma dicha carta, la independencia sí se declaró.

Por otro lado, en Derecho es claro que el acto de declaración de independencia, aunque pueda ser nulo, es un acto en igual situación que la de cualquier acto o reglamento o ley que se dicta, pero que después se suspende por su propio autor, o por un juez; es decir, esto afecta a la "eficacia" pero no a la "validez". En definitiva, nuevamente, el señor Puigdemont se cree muy listo y que los demás somos muy tontos. Lo que se quiere es provocar la imagen de que el Estado español no dialoga, mientras que el actual Gobierno catalán es muy dialogante; ya que la única carta que le queda al Govern es la de un milagro de apoyo internacional, a ver si con la confusión resulta.

Y, como la batalla no solo es legal, sino también de imagen, es preciso que todos hagamos un esfuerzo por desenmascarar estas tácticas de defensa, de victimismo, de falsedad como regla. Pero creo que los españoles somos ya bien conscientes de que estamos luchando contra un proceso de independencia que, por esencia, no es ni puede ser dialogante.

No puede serlo, porque su esencia misma no lo es, desde el momento en que invoca "la independencia", es decir, algo sobre lo que no se puede dialogar. Y sería incluso necio pensar que, mientras una parte no cesa en su camino hacia algo tan duro como una independencia, el otro tiene que quedarse mudo por el hecho de un pretendido envoltorio pacifista de tal causa por esencia no pacifista, menos aun cuando choca contra un Estado como el español que, lo queramos o no, tiene una fuerte personalidad histórica.

Creo que tampoco vendría mal algún periodista más capaz a la hora de entrevistar a los políticos independentistas y de preguntarles cuáles son, al menos aproximadamente, los términos del supuesto "diálogo", desenmascarando su actitud en esta batalla necesaria de levantamiento de velos (tampoco entiendo por cierto por qué ningún periodista requiere a Pablo Iglesias para que precise cuáles serían los marcos de la pregunta de la consulta pactada).

Volviendo a lo jurídico, el tema es claro: el artículo 155 está para lo que está, ya que no es un adorno constitucional ni una bella durmiente, lejos del dramatismo que se está otorgando a estos mecanismos a nivel mediático o político. También la prisión provisional y los "requerimientos entre Administraciones" son técnicas que se aplican con carácter ordinario. Siendo obvio que se cumplen los presupuestos del citado artículo 155 (y que por ejemplo es peligroso que siga habiendo mossos de escuadra armados sin un mando claro constitucionalista), otra cosa es si el citado artículo 155 es la vía más eficaz para solucionar este problema. Pero, al margen de ello, el momento actual es de apoyo de todos a lo que haga el Estado.

Hemos observado incluso la importancia que se otorga hoy día a las movilizaciones en la calle, sobre todo en Barcelona o, en su defecto, también en otras localidades de España. Es clave que los catalanes no independentistas se hagan con la calle o contrarresten el efecto de los otros. Tampoco vale, pues, quedarse al margen, o argumentar que Rajoy o Puigdemont son lo mismo, ambos culpables de que no haya diálogo. La clave del éxito va a estar en nuestra propia convicción social. Es curioso cómo Puigdemont ha despertado la conciencia de los españoles, igual que por ejemplo lo hizo Napoleón en su día cuando hirió nuestra dignidad como pueblo y afectó nuestro territorio (es preciso matizar o recordar que el territorio español tiene 504.748 kilómetros cuadrados). Pacíficamente, el pueblo español empieza a despertar, aún sin aspavientos; y en este sentido es preciso recordar en especial el pasado discurso de Mario Vargas Llosa.

En conclusión, señor Puigdemont, no traicionaría usted al pueblo catalán si ahora le habla de este modo: "He llegado hasta donde se podía llegar; pero ahora tengo que dialogar con el Gobierno español, pero dialogar de verdad y no de mentira, porque esta causa tiene dos bandos y no uno solo y todos ustedes han de entender que aquí no puede hablar uno sino dos". Y, si todavía alguno no se convence, que haga un viaje a la provincia de Palencia o de Teruel y vean en lo que podría convertirse Cataluña en unos años si se siguen marchando las empresas que allí se instalaron con el apoyo de papá Estado.

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