
Laissez faire, laissez passer le monde va de lui même. Con la anterior expresión acuñada a finales del siglo XVIII, el capitalismo ha presentado sus credenciales en la Historia de la Economía y también las sociedades desarrolladas occidentales. Dicha máxima fue relativizada por las revoluciones de principios del siglo XX y el keynesianismo de los años treinta.
La crisis económica de los años setenta y especialmente los gobiernos de Reagan y Thatcher en la de los ochenta, han significado una rentrée del lema que ha conducido a su hegemonía casi paroxística en nuestros días. El crecimiento económico es, hoy por hoy, la nueva Biblia. Es decir, la intervención del Estado en la economía debe ser nula o casi inexistente.
El artículo publicado en este periódico el 28 de septiembre bajo el título Los empleos de la recuperación ayuda a situarnos ante dos cuestiones cruciales: la consecuencias de las crisis de sobreproducción del sistema y el horizonte de una juventud sin futuro en una sociedad en la que el crecimiento sostenido se antepone al cumplimiento de los DDHH.
La pregunta que debe alarmarnos es la siguiente ¿de qué van a vivir en su vejez los actuales ninis, los precarios y los parados de larga duración? Esa pregunta que cualquier gobierno debieran hacerse con vocación de respuesta, más allá del horizonte electoral más inmediato, es de urgente y perentoria respuesta por mucho que determinados presupuestos económicos o filosóficos queden evidentemente cuestionados.
Y digo evidentemente porque el desarrollo del laissez faire ha necesitado siempre de la intervención del Estado del que teóricamente abominaba. ¿Serían ilegales, despóticas o rupturistas con el orden jurídico- político existente en España, medidas de carácter planificador y fiscal que garantizasen Derechos Fundamentales? No estaría de más que determinados sacerdotes de la nueva Biblia a la que antes aludí, leyeran reposadamente la permanentemente ignorada Constitución.