
En el caso, altísimamente improbable, de que La Moncloa aceptase dialogar con Cataluña, Euskadi y Galicia para constituir la confederación a la que aludía en mi artículo anterior, España (es decir el resto) tendría que erigirse en el representante de un conjunto totalmente homogéneo y uniformado. ¿Es posible? Veamos. La realidad en la que ha desembocado el proceso autonómico de la Constitución es la siguiente.
Según lo que dicen los diferentes estatutos de autonomía, a las tres nacionalidades históricas clásicas hay que añadir cuatro: Andalucía, Aragón, Baleares y País Valenciano. Además hay una Comunidad Foral (Navarra), nueve regiones, algunas de las cuales también se autocalifican de históricas y Ceuta y Melilla con estatutos de autonomía propios. La conclusión es rotunda, en este marco es totalmente imposible poner en marcha las pretensiones del nacionalismo conservador catalán ni tampoco de algo medianamente racional.
El corolario al que esa evidencia nos lleva es que la Transición y la Constitución que la representa como hija suya no sirven ya como instrumentos para intentar un proyecto político que dé estabilidad a este conjunto denominado España. Lo que ocurre es que todo el mundo tiene asumido que un proceso de cambio constitucional de esa índole no va a contar con el consenso y el afán de pacto de 1977. Y para ello se prepara el PP. Si Rajoy acaba manu militari con el proyecto de referéndum, verá reforzada su hegemonía en los sectores más retardatarios de la sociedad española y por supuesto contará con el apoyo del Ibex 35.
El PSOE, hamletiano y totalmente dividido en la visión de una construcción estatal nueva. La Izquierda entre el Escila de su fragmentación y el Caribdis de su preferencia por los impactos mediáticos está dejando pasar la oportunidad de un momento pre-constituyente abanderado por los cambios económicos y sociales. ¿Tiene la Izquierda un proyecto federal? Lo veremos la semana próxima en la última entrega de esta serie de tres.