Firmas

Cataluña y otros delirios de otoño

  • Los catalanes tenemos miedo a acabar de nuevo en manos de fanáticos
Foto: Dreamstime.

Un día, en esta nuestra Cataluña muchos nos acostamos ciudadanos para despertar sobresaltados súbitamente transmutados en súbditos. Una minoría social se había apoderado de las instituciones y después de haberlo violentado y retorcido torticeramente se permitieron cerrar nuestro Parlament, acallando cualquier voz que no fuera la suya.

Hoy en Cataluña los que no somos nacionalistas, pero sí catalanes, estamos subyugados. Se nos niega cualquier legitimidad, nos hacen callar, nos menosprecian, queman nuestra bandera, silban nuestro himno y humillan en una encerrona vergonzante a nuestro rey y a un gobierno y alcaldes democráticamente elegidos. Somos ciudadanos de segunda.

Y claro que tenemos miedo, tenemos miedo a acabar una vez más indefensos en manos de unos fanáticos ultranacionalistas de derechas e iluminados antisistemas de izquierdas que se creen con derecho a todo porque... porque sí. ¡Por cojones¡ Para ello han falseado nuestra historia, falseado las pretendidas balanzas fiscales, desalojado de los medios de comunicación a cualquiera que no fuera de los suyos; en una palabra, han desembarcado en la delicada y diversa trama de la sociedad civil y la han colonizado osificándola en una superficie plana, pulida, monolítica.

Un tramposo espejo donde una minoría social narcisista se contempla embriagada ante su imagen, intoxicada por sus delirios supremacistas de gente superior, ignorando las consecuencias de sus fantasías: un país empobrecido, fuera de la Unión Europea, reconocido por nadie, sin recursos naturales y profundamente dividido internamente. Y miedo, sí, porque los que no hemos participado de este dislate desgraciadamente también tendremos que pagar su precio. ¿Y todo para qué? Para volver al carricoche de caballos cuando hoy el mundo apuesta por el coche eléctrico.

Porque en esta Europa, en la Europa de la Unión Europea, las soberanías nacionales son cada vez mas obsoletas e inoperantes. Nos estamos encaminando a una velocidad creciente a perfeccionar un espacio supranacional en todos los ámbitos: política exterior, defensa, unión bancaria, legislación social, de mercado: un largo y progresivo etc.

Lamentablemente, en el siglo XXI algunos de nuestros paisanos continúan anclados en los ideales románticos del nacionalismo del siglo XVIII. Unos ideales de tartana y espardeña, impulsados por los de siempre: los que quieren ser alguien, hacer historia; los que necesitan una causa inmortal a la que entregarse, para escapar a su inescapable mortalidad e insignificancia, esa a la que todos estamos sujetos. Una gente peligrosa que solo ha causado muerte, miseria y decepciones. Gente pequeña que necesita una peana a la que encaramarse.

Quien mueve el mundo, quien de verdad hace historia, quien lo hace más grato, más humano no son los políticos; son los científicos, los investigadores apasionados por el conocimiento, los emprendedores visionarios. Gente como Elon Musk, Steve Jobs, Tim Berners-Lee con Internet, Jimmy Wales con Wikipedia y cientos otros que al margen de la política hacen avanzar nuestra especie.

Todos esos que han creado este magnífico mundo tecnológico que nos ha liberado de una naturaleza indiferente a nuestro frío, a nuestro hambre y las enfermedades que antaño se cobraban millones de vidas.

Los políticos son como los barrenderos, necesarios pero intranscendentes. Los Trump como los Mas y Puigdemont serán en unos decenios una simple anécdota en la historia. En todo caso solo la magnitud de sus errores y el alto precio que la gente común tendrá que pagar por ellos les otorgará un lugar en la memoria.

El nacionalismo ha sido y es la madre de todas las guerras, un vientre fecundo inseminado por la estupidez de la intolerancia y el fanatismo de las ideologías laicas o religiosas. En el mundo de hoy, a los políticos hay que relegarlos a una esquina, a meros gestores del común. Gestores a los que despedir, llegado el caso, cada cuatro años.

Hoy, tanto los padres de la patria como los ayatolás solo tienen resonancia en sociedades infantilizadas que rehuyen centrarse en lo concreto, para refugiarse en los cantos de sirena de iluminados, de somiatruites. En esta Cataluña nuestra abundan por desgracia los que han nacido para ser pueblo fiel; una masa acrítica, sectaria, intolerante que se congrega al pie de un nuevo púlpito desde el que una nueva clase sacerdotal medra ofreciendo caminos de salvación, pintando falsos retablos de cielos e infiernos.

En palabras de León Felipe. "Yo no sé muchas cosas es verdad, pero me han dormido con todos los cuentos y me sé todos los cuentos". Y ya va siendo hora de que esta fracción de Cataluña despierte de sus ensueños y recobre la cordura. ¡Catalanes, paisanos, por favor, a las cosas!

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