
Que vueltas dan los mercados. Hace unos años, el euro era objeto de un ataque despiadado por parte de los operadores del mercado de divisas. Incluso se ponía en duda su supervivencia. De hecho, si no llega a ser por el liderazgo de Ángela Merkel y la actitud contundente del Banco Central Europeo, es posible que ahora el euro no existiera.
Siete años después, el problema del BCE es que si los inversores siguen comprando euros a mansalva, el programa de estímulo monetario - el famoso QE - no habrá servido de nada.
El mandato del BCE es muy claro: su misión es mantener la estabilidad de precios en la zona euro. Para entender a que estabilidad se refiere esto, pensemos en la temperatura del cuerpo humano. Cero grados no significa estabilidad, significa hipotermia. La temperatura estable son treinta y seis grados y pico. Así, en economía, una inflación del cero% o menos no se considera buena y, al menos hasta el día de hoy, un IPC anual cercano al 2% es lo que los bancos centrales consideran estable y deseable.
Así que, como estábamos muy por debajo del objetivo, el BCE se lanzó a inyectar dinero en la economía, con la esperanza de que dicho estímulo fomentaría el crecimiento y repuntaría la inflación.
Pero esos cálculos no tuvieron en cuenta el profundo cambio económico que se estaba produciendo en la economía mundial y, muy especialmente, en las economías avanzadas. El comercio electrónico, el auge de las energías alternativas, el vehículo eléctrico o híbrido, la robotización y un nuevo modelo laboral donde la capacidad de negociación salarial es cada vez menor, están cambiando la estructura de formación de los precios. Todo lo anterior presiona a la baja, es decir, es desinflacionista.
Tampoco pensaron los economistas del BCE que el dólar pudiera debilitarse como consecuencia de que el fenómeno lowflation es global. Y que las esperanzas de que la testosterona de Trump se trasladara a la economía no se materializaran. De hecho, en Estados Unidos la inflación está bajando, pese al crecimiento y la disminución del paro. Y ahí viene el tercer error: considerar que si hay crecimiento tiene que haber necesariamente inflación. Error de bulto, porque no sería la primera vez en la historia en el que una revolución industrial, en esta ocasión la digital, tira a la baja de los precios y al alza de la economía.
Para acabar de liarla, a Draghi no se le ocurre otra cosa que anunciar que se acerca el fin del proceso de estímulo. Los operadores del mercado de divisas ven un dólar débil por un lado, ven que se va a reducir la oferta de euros por el otro y atan cabos. Detectan una oportunidad de inversión doble, que en los mercados se llama long short, es decir, comprar euros y vender dólares. Miel para las abejas.
Imagínense las ganancias con una revalorización del euro del 14% respecto al dólar en lo que va de año. Y ahora dígale a los especuladores que paren. Porque si no paran, el BCE tiene un problema. Como la subida del euro es generalizada, no sube sólo contra el dólar, sino contra toda la cesta de divisas que representa a los países con los que más relaciones comerciales mantiene la eurozona. A más sube el euro en relación con esta cesta de divisas, más barato sale todo lo que compramos fuera y, como la eurozona es un entorno competitivo, las empresas trasladan esos ahorros de costes a sus precios - es decir, los bajan - para no perder cuota de mercado, especialmente cuando están apareciendo constantemente disruptores digitales muy competitivos en precios.
Lógicamente, la inflación está bajando de nuevo en Eurolandia. Y las propias previsiones del BCE lo confirman. En este escenario, ¿qué ocurre si sigue subiendo el euro? Pues que la inflación seguirá bajando y volveríamos a donde estábamos antes del QE, a una inflación muy por debajo del mandato del BCE. El estímulo monetario habrá sido inútil.
¿Que puede hacer Draghi? Podría dejar claro que no iniciará el tapering hasta que la inflación esté anclada y bien anclada en su objetivo. Y dejar de decir que ya verá, pues lo único que consigue así es alimentar las expectativas de los especuladores. Pero el mercado conoce la presión que sufre y podría no creerle. En ese caso tendría que coger su fusil y entablar batalla contra los especuladores. Ironías de la vida: en esta ocasión no sería para defender el euro, sino para que baje y evitar así que su objetivo de inflación resulte inalcanzable.