
Bajo ciertas condiciones de estabilidad y confianza, que incluso no precisan ser elevadas, se intuye que el precio del petróleo no volverá a dar los bandazos o sustos del pasado, alcanzando rangos entre los 100 y 140 dólares por barril tras haber perseverado previamente, un par de décadas, entre los 20 y los 45 dólares por barril. Las razones, conocidas, tienen su justificación en la oferta y la demanda.
Por el lado de la oferta está el sustancial cambio tecnológico en la extracción de carburantes mediante la técnica del fracking, que viene utilizándose hace tiempo, no sin detractores y controversias. Debido a la mayor facilidad para la extracción y unos menores costes de explotación asociados, el frac- king ha incrementado sustancialmente las reservas de gas y petróleo en el mundo, contribuyendo al incremento de su oferta. De esa manera, y a partir de unos precios de venta de los carburantes en torno a los 50 dólares (ya incluso por debajo), empieza a ser rentable producir con esa técnica y una nueva red de productores, mayoritariamente privados y pequeños, entran a competir en un mercado hasta hace poco dominado por grandes compañías, cárteles y acuerdos oligopólicos.
Del lado de la demanda, además de las adaptaciones y cambios técnicos en los sistemas productivos de aquellos países que tradicionalmente importan en grandes cuantías hidrocarburos y sus compuestos para disponer de energía en diversos usos (adaptaciones en la industria o los consumos domésticos iniciados en los ochenta y extendidos durante décadas), la tecnología ha avanzado mucho en los últimos quince años. Tanto reduciendo la demanda de consumo energético en general (por ejemplo, aumentando considerablemente la eficiencia de motores y máquinas o mediante el uso de leds) como introduciendo sistemas de energía alternativos, y más respetuosos con el ambiente, que han mejorado mucho su eficiencia técnica y económica y que están sustituyendo con cierto éxito la producción de energía proveniente de los carburantes fósiles. Tal reducción en la demanda es ya suficientemente importante como para que se trasmita a los precios de los carburantes. Y, desde luego, la crisis ha ayudado en este sentido.
Hay una tercera razón, que suele ignorarse y en la que insiste mi honorable colega Pedro Fraile. Tal es la pérdida de poder, la disolución, del cártel petrolífero o, cuando menos, su menor influencia en un mundo en el que la tecnología, la organización de la producción, el papel de los factores, los costes, la distribución de los medios productivos y la dotación y orden de preferencias han cambiado, y mucho, por los motivos y transformaciones antes mencionados.
Esa pérdida de influencia de la OPEP, sobre todo el papel de líder que hasta hace poco ejercía Arabia Saudí en el cártel del petróleo, impide la fijación de precios por dicho grupo mediante cuotas de producción que, por cierto, se saltan continuamente muchos de sus integrantes, si bien, cuando no ha supuesto un quebranto grande del acuerdo establecido, ha sido consentido por el líder.
La influencia de la OPEP ya no es determinante en el establecimiento del precio del crudo en el mercado internacional; y cuando lo afecta al alza, ahí están los pequeños productores referidos, o los grandes como Rusia, para aprovechar la circunstancia, aumentar las ofertas y reducir los precios de gas y petróleo.
Sin embargo, en este nuevo marco de estabilidad (¿aparente?) no todo está dicho, pues de repente surgen factores perturbadores contingentes que pueden trastocar la situación. Las tensiones al alza en cualquier zona caliente en la que puedan verse implicados los Estados Unidos, sea Oriente Medio en general o los países del Golfo Pérsico en particular, sea Corea del Norte y una peligrosa escalada de amenazas bélicas, sea un empeoramiento de las relaciones con México por obcecación de un presidente lenguaraz y sus muros (físicos y comerciales), pueden alterar los precios del mercado.
Sin duda, las inundaciones en Texas, zona de gran producción, tampoco ayudan en la estabilidad de precios, si bien su impacto puede quedar limitado dadas las importantes reservas estratégicas que maneja EEUU; la relativa y menor repercusión sobre la producción total, al incorporar las nuevas zonas productivas del interior (Dakota del Norte, Colorado, Nebraska, Wyoming, Utah o Nuevo México); así como la extraordinaria capacidad de recuperación que siempre muestra el país y su economía. No obstante, es de esperar que las industrias química y de refino sí queden tocadas.
También la guerra declarada en la UE contra el gasóleo (bienvenida sea por salud), a medio plazo, la introducción del coche eléctrico, más a largo, o las subidas impositivas a carburantes para financiar déficits, aunque se vendan como ecológicas, afectarán a los precios y no lo harán de igual forma a corto o largo plazo. El crudo mantendrá su volatilidad, pero no como antes.