
La frase que espontáneamente pronunció la multitud el pasado viernes tras los atentados de Cataluña ha traspasado fronteras. Y ha abierto un debate maximalista en nuestro país en el que muchos ciudadanos no saben a qué lado de esas tres palabras situarse: "No tenemos miedo". Es un rasgo de entereza y aplomo colectivo sostenerlo, y a la vez es perfectamente comprensible sentir lo contrario al ver la facilidad con la que se siegan vidas conduciendo una furgoneta a toda velocidad por las Ramblas. EN DIRECTO | Siga la última hora de los atentados terroristas.
Repasando los sentimientos de miedo que han dejado los atentados yihadistas en estas dos últimas décadas, se puede afirmar que de él nacieron importantes mejoras para la seguridad de las personas. Hubo miedo en todo el planeta tras el 11S, pero los gobiernos supieron adoptar medidas para evitar que ese tipo de matanza se volviera a repetir. Desde entonces coger un avión en cualquier aeropuerto es una experiencia completamente distinta a la que se tenía antes de aquella fatídica mañana de septiembre de 2001. El miedo a que volviera a ocurrir algo semejante se convirtió en medidas concretas que han evitado nuevos 11S.
Hubo miedo en Madrid tras el 11M, pero los gobiernos sucesivos en España han incrementado los servicios de inteligencia antiterrorista hasta el punto de que muchos departamentos de policía de todo el mundo nos toman como ejemplo. Nadie debe avergonzarse por sentir un miedo comprensible, aunque la manifestación pública de valor de un pueblo siempre es positiva.
Hasta que se ha producido la aparente rectificación de la alcaldesa de Barcelona aceptando las barreras físicas en zonas multitudinarias, Ada Colau justificaba su negativa con el argumento de que instalándolas los terroristas conseguirían su objetivo. Ahora parece reconocer que se instalan para evitar que consigan ese objetivo. ¿Nace del miedo esa decisión? Y si así fuera, ¿debe alguien avergonzarse si los bolardos salvan una sola vida?
Las medidas de seguridad, nazcan del miedo a nuevos atentados o de cualquier otro sentimiento, deben adaptarse a los nuevos modus operandi de los asesinos. Si es en Internet y en otros espacios más físicos donde reciben su adoctrinamiento, toda vigilancia en esos lugares es poca. Ningún presupuesto público estará mejor invertido que aquél destinado a preservar la integridad de la gente en unos tiempos en los que el fanatismo se convierte con tanta facilidad en asesinato.