Firmas

Cataluña, baño de sangre y de realismo

  • La pregunta que nos hacemos es cuánto puede durar la lucidez
Concentración en Plaza de Catalunya. Foto: Reuters

La escena resultaba inimaginable hace solo cinco días. El templo de la Sagrada Familia a rebosar, el arzobispo de Barcelona celebrando misa solemne con el obispo auxiliar de Cataluña. Junto al ábside, los reyes de España y, en primera, fila Rajoy y Puigdemont, codo con codo; Ada Colau flanqueada por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y la ministra de Sanidad y, en una esquina, Manuela Carmena y Oriol Junqueras, al lado de un general del Ejército.

Todos siguieron, con el mayor de los respetos, la ceremonia y todos, aunque la alcaldesa de Barcelona no hiciera ni una señal de la cruz, se dieron la paz cuando tocó, sin el menor gesto de desapego. Horas antes habían compartido espacio y sentimiento en la Plaza de Cataluña al igual que decenas de miles de ciudadanos. Allí no hubo ni banderas ni banderías, lo que también constituyó una imagen insólita en aquel territorio.

Nada recordaba en esos actos la Cataluña del conflicto, la del desencuentro y el alocado 'procés'. El prodigio comenzó a advertirse en las primeras declaraciones institucionales del Gobern tras el atentado de las Ramblas. Tanto el conseller de Interior, Joaquim Forn, como el propio presidente Puigdemont se esforzaron en sus comparecencias públicas en trasladar a la ciudadanía un mensaje de unidad de todas las fuerzas políticas y de máxima coordinación entre los Mossos de Escuadra y los Cuerpos de Seguridad del Estado.

En esa misma línea, el Gobierno de la Nación y los representantes de los distintos partidos tuvieron buen cuidado en transmitir idéntica sensación de unidad orillando cualquier referencia a la deriva independentista, que no solo les separa años luz sino que además ha partido en dos la sociedad catalana.

Solo Forn, el consejero que lleva en Interior poco mas de un mes y al que se supone un furibundo soberanista al ocupar el cargo que abandonó Jordi Jané por tener dudas sobre la legalidad del referéndum del 1 de octubre, incurrió en la distinción entre víctimas españolas y catalanas. Pero ni siquiera hicieron sangre con la torpeza del ministro de Interior dando por cerrada la desarticulación de la célula yihadista cuando quedaba el asesino de la Rambla por detener.

De uno y otro lado entendieron que el pueblo llano nunca les perdonaría que se metieran en la refriega política con semejante tragedia delante. No hubo milagro alguno. Si fueron exquisitos en no introducir ningún elemento partidista es porque todos estaban convencidos de que el primero que lo hiciera recibiría un reproche social unánime.

Lo acontecido en las últimas horas en Cataluña pone de relieve hasta qué punto la política vive en un mundo irreal que les aleja de los verdaderos problemas de la gente. Sería interesante preguntarle al flamante consejero del Interior de la Generalitat, al que ahora vemos volcado en la investigación de los atentados de Barcelona y Cambrils, cuánto de su tiempo había dedicado antes a la estrategia de prevención del terrorismo islámico en una comunidad autónoma que presentaba la mayor concentración de radicales de toda España y que era, en consecuencia, la que más riesgo potencial tenía de ser atacada por ellos. Y cuánto esfuerzo, inteligencia y trabajo había invertido en esa labor el también recién nombrado director general de los Mossos, Pere Soler, que sustituyó a Albert Batlle porque éste defendía que la Policía autonómica debía actuar siempre con neutralidad política y al amparo de la ley.

No hay que ser muy agudo para imaginar que el señor Soler estaba centrado en las cosas del referéndum mientras le crecía un rinoceronte en el salón.

El baño de sangre en Cataluña ha supuesto un baño brutal de realismo del que nadie escapa. Lo intenta patéticamente la CUP cuya alegre muchachada dedicó el verano a hostigar el turismo en Barcelona con la aquiescencia y el amparo de sus mayores. Ahora que la Ciudad Condal figura en la lista de ciudades mártires del terrorismo, ahora que la foto de sus Ramblas sembrada de cadáveres y heridos ha abierto los tabloides y telediarios de todo el mundo, ahora que se teme que el impacto de los atentados retraiga la llegada de visitantes como ocurrió en otras plazas y afecte negativamente a una industria de la que comen, directa o indirectamente, cientos de miles de trabajadores, ¿ahora qué harán con su campaña contra los turistas?

En otras tragedias, catástrofes y acciones terroristas como la del 11-M quedó patente que las situaciones límite sacan la mejor versión de los españoles. Cataluña no ha sido la excepción. En estas horas tristes los catalanes han dado todo un ejemplo de solidaridad, serenidad y sensatez.

De igual forma sus políticos, de uno y otro lado, han estado también a la altura y las excepciones puntuales solo hacen que confirmar esa regla.

La pregunta que nos hacemos es cuánto puede durar la lucidez. Cuánto les mantendrá inmersos en la vida real el tremendo impacto de este baño de sangre.

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