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Problemas energéticos esenciales

Foto: Dreamstime

Toda una serie de trabajos del Club de la Energía, de Funseam, coordinados éstos en buena parte, por cuatro expertos importantes (la profesora María Teresa Costa Campi, el ingeniero Arcadio Gutiérrez Zapico, el profesor Fernando Becker- y como coordinador el profesor García Delgado), más la revista Energy policy en su número especial de mayo de 2017 y las aportaciones que, desde la Real Sociedad Geográfica se efectuaron capitaneadas por José María Fluxá, y eso por citar únicamente recientísimas aportaciones, nos han informado de una serie de cuestiones vinculadas con la energía española que conviene sintetizar.

En primer lugar, que a partir del choque petrolífero de los años setenta, la economía española ha reaccionado con evidente mejoría en el terreno de la competitividad. Por aquellas fechas, lograr un incremento de una unidad en el PIB exigía un mínimo de más de una unidad adicional de energía. Y he aquí que el Banco de España en su Informe Anual nos acaba de dar la noticia de la disminución de esta intensidad energética. Ya no somos el único país de la OCDE que exige esa energía en porcentajes fuertes para la actividad, sino que existe una previsión de claramente menores insumos.

El otro cambio favorable viene determinado porque se han derrumbado los precios del petróleo y su recuperación a los niveles de hace cuarenta años no parece posible que vuelva.

Pero eso no debe dejarnos con la impresión de que se ha superado definitivamente nuestro problema energético. En primer lugar, ha surgido la cuestión del clima. Poco a poco ha ido asumiéndose la idea de que existe un proceso de progresivo y peligroso calentamiento del planeta, que no ahorra ni al Ártico ni a la Antártida promovido por la llegada de dióxido de carbono a la atmosfera, como había, antes que nadie señalado, Arrenhius, quién logró en 1903 el primer premio nobel de Química. Esta tesis científica se unió con el progreso de posturas vinculadas con el planteamiento ecologista, que las hizo asumidas por multitud de personas, y tras la reciente Cumbre de París sobre el cambio climático se ha pasado a exigir el desarrollo por parte de la política económica del rechazo de ciertas energías, como es el caso de las derivadas del carbón y del petróleo y su sustitución por "energías limpias".

El problema inmediato surge en España como consecuencia, por un lado, de que el agua para los embalses vinculados con la generación de electricidad, si efectivamente existe el previsto cambio climático van a quedarse bastante secos. Además no se puede evitar esta afirmación de Jaime Lamo de Espinosa en su estudio El agua en el mundo. El mundo del agua (Real Academia de Ciencias Económicas y Financieras, 2017), referida concretamente a España: "En cuanto a las previsiones del cambio climático realizadas hasta la fecha, el impacto sobre el agua es de carácter negativo: reducción de los recursos hídricos, aumento de la magnitud y frecuencia de fenómenos extremos, como inundaciones y sequías". Y eso exige inversiones enormes, para compensarlo en los pantanos, y tales inversiones exigen sumas notables de capital, lo que sabemos es encarecedor por la fuerte relación capital-producto que surge.

La alternativa son las llamadas energías renovables. Existe en el ámbito mundial una fuerte marcha en ese sentido, porque como acaba de señalar Jorge Casillas Jorri, director de Riesgos y Mercados, EDP renovables, en su artículo Sostenibilidad energética y regulación de las empresas renovables, en el libro de Funseam, El sector energético frente a los retos de 2030 (2017), "el precio del mercado spot de electricidad (conocido como el precio pool) sí es suficiente para cubrir el coste de las renovables... Además, en la actualidad este problema se está agudizando ya que la entrada de tecnologías con costes variables bajos está provocando una caída de los precios pool... Este bajo nivel de precios, si bien es beneficioso para el consumidor final, está impidiendo la nueva inversión en centrales de generación, ya sean renovables o no".

Dejemos a un lado el petróleo. España hace lo que puede con su participación en la Agencia Internacional de la Energía, nacida como reacción al choque petrolífero iniciado en 1973 y, sobre todo desde 1975. Otra fuente energética reciente, y que plantea menores problemas medioambientales, es el gas natural. Salvo los planteamientos de su búsqueda tras las pizarras bituminosas de Puertollano, nada existe, hasta ahora en el ámbito español. En ese sentido, precisamente las medidas medioambientales, favorecen en España la demanda de gas natural. España en ese mercado, tiene una ventaja que proviene de la existencia de plantas de regasificación.

De ahí el interés que se deriva del gasoducto Midcat, que permitirá la llegada del gas procedente del Norte de África. Esto obliga a plantear el tema de la interconexión gasista que enlaza con la cuestión de la realidad española en el ámbito de las interconexiones relacionadas con la energía. De momento tenemos en ese sentido la referida de gas con Marruecos y Argelia.

Pero en esos enlaces energéticos que, en el caso de la electricidad son significativos con Portugal, son fundamentales con el resto de Europa, y he aquí que casi no existen. España es prácticamente una isla energética, o si se quiere una península con un minúsculo istmo, como parecido al geográfico de Corinto, que en este sentido lo tenemos con África y aún más limitado con Europa. Pero no podemos quedarnos al margen de la política energética europea, sobre todo desde la puesta en marcha del Tratado de Lisboa, de diciembre de 2009.

Como señala el conjunto de aportaciones que elaboró el valioso estudio Interconexiones eléctricas y gasistas de la Península Ibérica. Estado actual y perspectivas (Club Español de la Energía, 2016), España "no puede quedar fuera de la interconexión energética de toda Europa", porque eso "es un pilar básico de la política energética comunitaria y, a su vez, un objetivo fundamental por cuanto su consecución resulta imprescindible para el logro del resto de objetivos de la política energética europea". Pero eso no se logra con la realidad actual de enlaces minúsculos de electricidad y gasoductos con Francia. Como señalan Joan Batalla, María Teresa Costa Campi y Xavier Massa desde la Universidad de Barcelona, "en definitiva, las interconexiones transfronterizas de energía, en España se encuentran muy lejos de los niveles a los que se precisan en la UE para la construcción del mercado único y la mejoría de la sostenibilidad... Por eso la situación es especialmente preocupante".

Y no se puede dejar en la oscuridad lo que sucede con la energía nuclear, que parecía ofrecer para España posibilidades evidentes, y que, al convertirse en un arma política ha transformado a esta energía en un tema tabú. Su futuro se ofrece en el, por otra parte excelente, ensayo de Funseam, El sector energético frente a los retos de 2030, en un confuso gráfico 2 de la página 150, que muestra la persistencia de este tabú. Pero como su esencial punto de apoyo es el científico y tecnológico, y eso en España se había logrado, llama la atención ese silencio.

No puedo olvidar la ira de Fuentes Quintana, cuando me relató, al salir de un Consejo de Ministros bajo la presidencia de Suárez, que al plantearse la posibilidad de un aumento de la significación de una central nuclear extremeña, el ministro Sánchez de León señaló que eso comprometía el triunfo electoral en esa región, y Suárez reaccionó señalando que eso era algo a tener muy en cuenta. ¿Continuará así esta cuestión?

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