
Lo usaba como gancho Álvaro de la Iglesia en un programa de aquella televisión en blanco y negro del tardofranquismo: "Usted pregunte lo que quiera que yo le responderé lo que me dé la gana". El escritor y humorista empleaba allí todo su ingenio en deslizar sutilmente la crítica al Régimen del que terminó renegando.
No le salió gratis. La Cordoniz, la revista que dirigía y que había fundado el dramaturgo Miguel Mihura, fue apercibida, multada y secuestrada por los guardianes de la Dictadura. Era, según proclamaban sus editores, "la revista más audaz para el lector más inteligente". Cuando La Codorniz cerró en 1978, Mariano Rajoy tenía 23 años, ya era licenciado en Derecho y solo le faltaban unos meses para ganar la oposición y convertirse en el registrador más joven de España. Ignoro si Rajoy llegó a ojear alguna vez La Codorniz o si le arrancó una sola carcajada Álvaro de la Iglesia, lo que sí parece es un alumno aventajado suyo en eso de "responder lo que le da la gana" a cualquier pregunta que quieran hacerle.
Conocíamos su habilidad retórica en los lances parlamentarios y su galleguismo irónico para salir de apuros en la arena partidista pero una cosa es la política y otra muy distinta la Justicia, y se supone que ante esta última no caben las burlas ni las mentiras porque pueden pagarse hasta con la cárcel. De ahí la enorme expectación suscitada por su comparecencia ante la Audiencia Nacional en calidad de testigo por el caso Gürtel. Intuíamos que nada diría, que no se saldría ni un centímetro del guión y así ocurrió. Lo único interesante era el comprobar cómo se las ingeniaba para responder a las mil preguntas de sus interrogadores sin presentar una sola fisura que pudiera tornar su condición de testigo a la de investigado. No la hubo, aunque dejó unas cuantas lagunas en calculada nebulosa, nadie logró pillarle en ningún renuncio.
Es obvio que le había robado tiempo al Tour de Francia y se lo había preparado minuciosamente para bunkerizarse en que sus responsabilidades eran estrictamente políticas y no contables.
Salió como un campeón, con el paso legionario mucho más firme del que había entrado. De la Audiencia salía judicialmente vivo aunque políticamente no indemne. Su relato transmitido en directo a todo el país presentaba problemas de verosimilitud. Es cierto, todo el mundo es inocente mientras no se demuestre lo contrario y así debe ser, lo que no obsta para que resulte difícil de imaginar que alguien que lleva 27 años en la médula de un partido cesarista y más de una década con el poder absoluto del mismo no se enterara de nada. Y si no se enteraba cuando allí entraba el dinero a paletadas, qué clase de líder era. Hay que retorcer mucho la ingenuidad para creerlo.
Personalmente no he tenido nunca la impresión de que Mariano Rajoy se lo llevara muerto como hicieron muchos de sus compañeros de partido, y sentiría equivocarme. Creo que le faltaron agallas para limpiar con determinación la ciénaga en la que habitaba. Cómo se explica si no que echara a Francisco Correa de Génova y no vetara su migración a la Comunidad Valenciana donde el poder del PP era omnímodo. Rajoy arrastra esa sospecha y con ella se ha acostumbrado a convivir y a ganar elecciones.
Él se mantiene fiel a su guión y lo mismo hacen sus opositores. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias rivalizaron por quién sacaba más rápido tras el testimonio del presidente en la Audiencia. Los dos se lo traían preparado de antemano y no añadieron un solo elemento nuevo a sus respectivos relatos. La única novedad fue el dramatismo con el que quiso envolver su intervención el líder del PSOE. A ello hay que añadir el acuerdo del jueves entre PSOE y Podemos, apoyado por el PNV, para que la Diputación Permanente debata la celebración de un pleno extraordinario en el que Mariano Rajoy comparezca y sea escrutado sobre la financiación de su partido. No será la primera vez, así ocurrió el 1 de Agosto de 2013, el guión fue más o menos el mismo y algo muy parecido sucedió en la moción de censura de Podemos.
El riesgo de las iniciativas recurrentes es la pérdida de efectividad y que transmitan al final la sensación de que Rajoy es invulnerable. Unas horas después de terminar el presidente su declaración en la Audiencia Nacional, el independentismo perpetraba en el Parlamento catalán su reforma exprés para orillar cualquier oposición democrática a sus leyes de ruptura. La delincuencia soberanista lograba con su autoritaria iniciativa eclipsar el paso de Mariano Rajoy por los tribunales.
Y después la EPA, cuyo último balance apareció al rescate el jueves de buena mañana como si fuera caballería. El paro en España baja por primera vez desde 2009 de los cuatro millones de desempleados. El dato, con toda su carga de matices, resulta incontestable. Y Rajoy lo sabe, y le sirve para que cuando sus rivales le pregunten lo que quieran, él les responda lo que le dé la gana.