
Dos partidos se jugaban ayer en la sede de la Audiencia Nacional: el judicial y el político-mediático. Solo parecía interesado en el primero el presidente de la Sala, Ángel Hurtado, que se desfondó tratando por todos los medios de que la sesión se pareciera lo más posible a un juicio, en vez de al plató de una tertulia. No ayudaron ni Rajoy ni los abogados, que optaron sin rubor por una estrategia enfocada a las cámaras de televisión, que retransmitían la comparecencia con impostada tensión.
Era lo esperado, por otra parte. Poco iba a aportar al proceso la comparencia como testigo del presidente del Gobierno. Lo único aprovechable para las acusaciones era obtener algún desliz o contradicción que sirviera de ariete político fuera de la sala. Justo lo que quería evitar Moncloa.
Consciente del 'papelón' de tener que hacer más de moderador de debate televisivo que de magistrado-presidente de un tribunal, Hurtado optó por ejercer de árbitro 'tarjetero'. Ya se sabe. Las aficiones quieren ganar, pero la satisfacción del colegiado está en que se cumpla el reglamento sin que el partido se le vaya de las manos.
Así, en los primeros minutos de la sesión, el magistrado marcó territorio amonestando al abogado de Adade, al de Bárcenas -que intentó acaparar foco con una sobreactuada protección al jefe del Ejecutivo-, y al propio Rajoy. Una política de tolerancia cero que aplicó durante las casi dos horas que duró la declaración.
No sorprendió la bien ensayada firmeza del presidente del Gobierno -"eso es absolutamente falso", "jamás me he ocupado de los asuntos económicos", etc.-, pero sí el tono faltón y chulesco que empleó con los abogados cuando éstos trataron de arrinconarle señalando sus contradicciones, vaguedades o respuestas genéricas.
Han dejado de llamarnos la atención las descalificaciones del debate parlamentario, pero que en sede judicial el presidente del Gobierno -a quien el tribunal había tratado con lógica cortesía institucional- se permita decir que es "opinable" la capacidad de comprensión de un abogado o le espete a otro que sus razonamientos "no parecen muy brillantes", resulta poco edificante.
Prueba del afán televisivo de la sesión fue el número de ocasiones en que el presidente de la Sala tuvo que cortar las proclamas de los intervinientes.
De hecho, en una ocasión, Hurtado tuvo que censurar el diálogo entre José Mariano Benítez, abogado de Adade, y Mariano Rajoy, a pesar del interés de ambos en enzarzarse.
"¿Es una trama contra el PP?", preguntó Benítez. "La pregunta no es pertinente", impugnó Hurtado. "Puedo responder", trató de intervenir Rajoy. "No, no responde", zanjó el magistrado.
A pesar de que las redes sociales no tardaron en acusar a Hurtado de actuar como defensa de Rajoy, lo cierto es que cumplió razonablemente bien el papel que le asigna la ley. Fue riguroso con quien se propasaba, pero 'dejó jugar' a los letrados que desplegaron con habilidad sus preguntas y argumentos, a pesar de no ceñirse estrictamente al objeto de la presencia de Rajoy.
La tosquedad en el fondo y la forma del interrogatorio que planteó Benítez contrastó con la destreza de los abogados del PSOE valenciano y madrileño, Virgilio Latorre y Wilfredo Jurado, que supieron resaltar algunos de los puntos débiles del muro argumental que habían construido Rajoy y sus asesores, como el pago del viaje a Canarias o el sentido de algunas de sus expresiones en los SMS de Bárcenas.
Con sus intervenciones, lograron transformar la firmeza inicial del presidente del Gobierno en numerosos "no lo sé" o "no lo recuerdo". Incluso, apareció una de esas explicaciones de Rajoy que hacen las delicias de las redes sociales: "hacemos lo que podemos significa lo que significa exactamente hacemos lo que podemos".
En resumen, el testimonio de presidente deja la sensación de combate nulo, lo cual es una derrota para aquéllos que esperaban un gran terremoto judicial o político y una victoria para quien tenía como objetivo minimizar los daños de su paseíllo judicial -aunque fuera en calidad de testigo-.