
No es del todo cierto que el nacionalismo se cure viajando. No lo es, al menos de forma categórica, porque resulta obvio que algunos que promueven enconadamente esta forma, a mi entender equivocada de ver la vida, sí que han viajado y siguen padeciéndolo, y empleo el término padecer reflexiva y deliberadamente. A pesar de ello, el viajar es un poderoso antibiótico contra ese virus que tanta fortuna ha hecho en territorios como Cataluña, y también empleo el término "fortuna" con igual reflexión e intencionalidad.
Acabo de regresar de un país del que sabía muy poco y que, tras una inmersión acelerada en su cultura y en su realidad social, política y económica, he aprendido a conocer e incluso a querer. Les hablo de Paraguay, una República de apenas siete millones de habitantes que pueblan un territorio casi tan extenso como el de España. Lo primero que te sorprende de aquel país americano sin salida al mar es el hincapié que hacen en su procedencia española. Al principio piensas que es la clásica y tantas veces tópica declaración protocolaria sobre los lazos históricos y culturales que nos unen, pero enseguida terminas entendiendo que el sentimiento es real. En Paraguay están orgullosos de su origen español y del mestizaje que se produjo con el pueblo guaraní hace 500 años y nunca pierden oportunidad de recordarlo.
A diferencia de otras repúblicas iberoamericanas, ellos no batallaron por su independencia con el Reino de España y sí hubieron de hacerlo en cambio para defender su soberanía frente a Argentina y sobre todo Brasil. Todo lo que tiene que ver con la huella española es para ellos positivo y ensalzado en su memoria histórica. Ocurre especialmente en lo relativo a las misiones jesuíticas cuyos restos fueron declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO. Aquellas reducciones que la Compañía de Jesús levantó para proteger a los indígenas de la esclavitud son allí rememoradas como el mejor de los intentos de fusión entre culturas.
Quiso la casualidad que el mismo día en que recorrí los evocadores vestigios de la reducción de Trinidad fuera nombrado Jefe de los Mosos d'Escuadra, Pere Soler, aquel tipo que meses atrás manifestó que "espero que nos vayamos ya porque me dais pena todos los españoles". ¡Qué contraste! Allí me pregunté qué suerte de amnesia puede haber nublado el intelecto de alguien para sentirse desconectado de la gigantesca obra que nuestros antepasados protagonizaron en común. Cómo puede ser que los paraguayos usen y promocionen con orgullo el castellano en feliz convivencia y cooficialidad con el guaraní y el independentismo catalán, con la misma cooficialidad en uso, reniegue de una lengua que sus antepasados contribuyeron a difundir y enriquecer y que hoy hablan más de 550 millones de personas en todo el planeta.
Paraguay es un país con todas las posibilidades imaginables y en el que hay mucho por levantar pero donde no todo está por hacer. Saben muy bien de donde vienen y hacia donde deben ir y no se hacen líos identitarios. Lograron acabar con la dictadura pero les cuesta reducir el baldón de las oligarquías que la nutrieron. Puede parecer mentira pero miran a España como un ejemplo a seguir en todos los ámbitos y les cuesta entender el constante flagelo que nos autoinfligimos cuando disponemos de tantos avances en sanidad, educación, servicios sociales y sobre todo infraestructuras. No entienden nuestro déficit de autoestima y lo de romper la unidad territorial ni siquiera lo imaginan. Para ellos eso de separar Cataluña de España es algo tan inconcebible como aberrante. Sus problemas son otros, problemas reales y no creados artificialmente.
Mientras el soberanismo catalán se empeña en torturar la historia, inventando un reino que nunca existió y batallas por la independencia que nunca libraron en lugar de admitir el papel determinante de Cataluña en la unidad de España, en Paraguay metabolizan en positivo sus guerras de vecindad con Argentina y Brasil. Y no fueron pequeñas escaramuzas. Hace 150 años los brasileños exterminaron a más del 90 por ciento de los varones paraguayos. Ese recuerdo terrible y relativamente próximo en el tiempo no impidió que acometieran conjuntamente la obra civil más gigantesca y productiva de toda América junto al Canal de Panamá, la presa de ITAIPU. Construida entre ambos territorios, y gestionada a la par por técnicos brasileños y paraguayos, el salto de agua de Itaipu permite que sus 20 turbinas generen tanta energía como para cubrir la demanda de electricidad de toda España. Otro tanto sucede con la presa de Yasyretá, aunque de menor envergadura, también ciclópea y que Paraguay comparte con Argentina. Obras civiles que, además de un colosal esfuerzo económico, requirieron enormes dosis de pragmatismo y entendimiento político y que hoy garantizan el futuro energético de un pequeño gran país.
Cruzar el Atlántico y ver emprendimientos como los descritos te da una perspectiva que sitúa en el campo de lo absurdo el brutal desgaste que el conflicto territorial nos está imponiendo. Ese nacionalismo regresivo que retribuye a sus leales, purga al disidente y trata de asfixiar la democracia imponiendo leyes secretas resulta aún más delirante cuando se contempla desde fuera. Viajar y hacerlo lejos permite apreciar con más claridad el tiempo que perdemos y las energías que gastamos en asuntos que en nada benefician el presente y el porvenir de los ciudadanos. El nacionalismo independentista es el más clamoroso. A los que militan de buena fe se les puede curar viajando pero para quienes lo promueven por intereses personales "no siempre confesables", y esos son los peores, no existe antibiótico alguno.