
¡Verlo para creerlo! Si hace un par de semanas, el Gobierno madrileño de Cristina Cifuentes blindó por ley el Canal de Isabel II (en adelante 'el Canal') para que jamás sea privatizado, ahora es el Ejecutivo de Rajoy quien se opone a que Aena pase a manos privadas, aunque sea por la puerta de atrás.
El director general del Canal, Rafael Prieto, justifica la decisión de su presidenta en que los recursos hídricos son propiedad de todos los madrileños. Una excusa banal, ya que se trata únicamente de enajenar su gestión, que la empresa ya separó en otra sociedad. Y para colmo de males, pondrá en venta sus filiales en el exterior.
La exministra de Fomento, Ana Pastor, se topó también con la oposición de una parte del Gobierno cuando echó a andar el proceso de desnacio- nalización de Aena. El director de la Oficina Económica de Moncloa y actual titular de Agenda Digital, Álvaro Nadal, advirtió de que una Aena completamente privada sería un monopolio que violaría las reglas de la libre competencia del sector.
El problema estaba en el cambio de modelo. De vender aeropuerto por aeropuerto se pasó a privatizarla de manera conjunta, como grupo empresarial. Pastor y el secretario de Estado de Infraestructuras, Julio Gómez-Pomar, lograron salvar los obstáculos para que debutara en bolsa, a cambio de acceder a que la mayoría del capital permaneciera en manos públicas.
Gracias a la gestión de su actual presidente, José Manuel Vargas, Aena pasó de ser un patito feo a un hermoso cisne. De una empresa en pérdidas y fuertemente endeudada, por la que casi nadie daba un duro, a un grupo con beneficios milmillonarios y músculo financiero para salir de compras.
Vargas, un directivo que cuando llegó estaba muy cuestionado por su anterior etapa al frente del grupo Vocento, ajustó los costes y le devolvió el esplendor perdido.
El año pasado, Enaire, su accionista mayoritario integrado por los ministerios de Fomento y Defensa, desautorizó su expansión por Brasil ante la ausencia de un plan estratégico para salir al exterior; su carácter público le impidió enfrentarse con la contundencia que sería necesaria a la subida de las tasas aeroportuarias. Y la privatización completa no es posible por los líos con competencia, ya señalados.
Vargas, siempre pendiente de ver el modo de expandirse, fue el primero en darse cuenta de que una operación sobre Abertis podría ser el modo de dar un salto de gigante y de romper el corsé del Estado, si se planteaba como una opa sobre la concesionaria de autopistas.
La fusión entre ambas daría lugar a la mayor empresa de infraestructuras del mundo, un orgullo nacional y una gran oportunidad para un país como España, atrapada en la mitad de la tabla de la mayoría de los ranking.
Enseguida captó el interés del fondo TCI, dueño del 11,3 por ciento. El ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, escuchó con interés la propuesta, dado que la adquisición de Abertis por Atlantia plantea recelos en el Gobierno español, después de los problemas surgidos tras la adquisición de Endesa por la eléctrica italiana Enel.
La operación, finalmente, se descartó tras consultar con Economía y Hacienda, porque requería cambios legislativos o regulatorios prácticamente insalvables en las circunstancias políticas actuales.
La opción de comprar Abertis no convenció porque exigía un desembolso de 16.000 millones y multiplicaría por tres los ratios de deuda (7.000 millones) que tanto había costado reducir. Además de que implicaba una renacionalización de las autopistas de peaje, cuando la filosofía de Fomento es justo la contraria. Pretende traspasar a manos privadas las autopistas de circunvalación de Madrid, entre otras, que está obligado a quedarse después de su quiebra.
La luz verde para lanzar una opa que hubiera diluido al Estado y facilitado su total privatización requería de la aprobación de una ley por el Parlamento, en el que con excepción de PP, Ciudadanos y PNV, todos los grupos pujan por renacionalizar hospitales, autopistas, colegios concertados o empresas municipales de agua.
Existía un obstáculo adicional, la exigencia de cambiar el objeto social de la sociedad, que es muy complicado. Para más Inri, el momento político, con un referéndum ilegal en ciernes en Cataluña, no podía ser peor.
¿Que hubiera sido de Telefónica, Repsol, Endesa o Gas Natural si no fueran privadas? En todos los grandes países están orgullosos de sus multinacionales, menos aquí, donde se demonizan y atacan constantemente. Se ha perdido la oportunidad de crear un gigante mundial de las infraestructuras, al igual que ocurre con el Canal en agua. Una prueba de ello, es que la operación de Aena suscita el interés de otros grandes grupos, desde ACS o Globalvía y JP Morgan. El futuro del grupo empresarial público será de cortos vuelos si no logra pronto deshacerse del caparazón del Estado.
PD.-Por lo demás, el suicidio de Miguel Blesa sorprendió a propios y extraños. Como se sabe, elEconomista comenzó a publicar desde 2006 sus irregularidades como presidente de Caja Madrid. Una opinión mía en este espacio de los sábados, en la que me preguntaba y criticaba que fuera el único directivo empresarial que asistió al Congreso Nacional del PP de ese año, desató su ira. Desde el primer día cuestionamos que los políticos estuvieran al frente de las cajas y eso lo encendía. Empezó quitándonos la publicidad y acabó impidiéndonos la asistencia a las ruedas de prensa de presentación de resultados, pese a ser una institución pública. Una flagrante violacion del derecho a la información, de la que en vez de arrepentirse se vanagloriaba. Una actitud así suele tener nefastas consecuencias a medio y largo plazo.
No sabía nada de banca, pero llegó a la cúpula de Caja Madrid gracias a un pacto político de la mano de Aznar. Aun así la situó como la cuarta entidad financiera y tuvo grandes aciertos, como el pelotazo de más de 2.000 millones que dio en Endesa. Eran tiempos de vino y rosas y se emborrachó de arrogancia y de amor propio, y a partir de ahí vinieron los problemas.
Intentó levantar en Plaza Castilla un pirulí emblema de todo Madrid, que acabó achatarrado; se gastó una fortuna en adquirir una de las cuatro torres de la City madrileña, porque su sede en una de las Torres KIO se le quedaba pequeña y, lo peor, se enfrentó a la todopoderosa Esperanza Aguirre, que acabó derrotándolo.
Una vez caído, su suerte fue de mal en peor. Procesado por la black, por la compra de un banco en Miami o por la presunta manipulación de las cuentas, ya no logró levantar cabeza. Presumía de no haberse llevado un duro que no fuera suyo, pero sucumbió a la tentación de tirar de tarjeta de crédito a sabiendas de que era ilegal. En realidad, fue el arma secreta utilizada durante muchos años para comprar estómagos agradecidos y torcer voluntades.
Después de codearse con reyes, presidentes de gobierno y dirigentes empresariales de copete llevaba muy mal pisar la cárcel. La perspectiva de volver a prisión tras la condena por las black ó el que apenas pudiera disponer de efectivo para su vida diaria y tuviera que mendigar dinero prestado a su hermano notario, probablemente pesó en su decisión final. En elEconomista no le guardamos rencor. Jamás supo rectificar ni asumir sus errores. Se equivocó, como hacemos los humanos. Descanse en paz.