
L a victoria de Emmanuel Macron en las presidenciales del 7 de mayo desencadenó una ola de optimismo sobre el futuro de la Unión Europea y la eurozona en concreto. En parte, se debe a que Macron presentó una campaña inequívocamente pro-UE y fue recompensado por ello, pero también es porque la amenaza de un gobierno populista en uno de los estados fundadores de la UE es historia, al menos por ahora.
Aun así, el renovado entusiasmo por la UE no debe confundirse con una confianza firme. Como el propio Macron seguro que comprende, la viabilidad de la UE a largo plazo exige que el "proyecto europeo" atraiga a sus ciudadanos más que a su liderazgo. Los líderes de la UE deben aprovechar esta oportunidad (y probablemente lo harán) para revitalizar los esfuerzos de abordar los desafíos en seguridad, migración y crecimiento.
No obstante, hay un problema: es necesario reformar la gobernanza de la eurozona. Por ahora, las conversaciones sobre la reforma de la eurozona no son prioridad para los líderes de Francia, Alemania o ningún otro sitio. Eso en parte refleja el descenso del riesgo de inestabilidad financiera, aunque el "cansancio de reformas" de los miembros es un factor también. Los esfuerzos de fortalecimiento institucional de la UE que se han llevado a cabo durante los últimos años se han estancado. Para seguir avanzando habrá que aceptar cierto grado de distribución del riesgo entre el bloque y eso sólo será posible con más campañas y posibles referendos nacionales. Por el momento, la oportunidad política favorece el orden establecido.
La victoria de Macron ofrece a la UE un periodo de gracia fugaz. Una UE fuerte sigue dependiendo de un euro creíble y estable, y falta mucho por hacer para asegurar la viabilidad del euro a largo plazo. La economía de la eurozona no está preparada hoy en día para una conmoción fuerte. Hace falta un nuevo gran pacto entre las dos mayores economías de la eurozona (Francia y Alemania) lo antes posible. Mientras tanto, deberá continuar la búsqueda de soluciones técnicas a las desgracias del euro.
Esos esfuerzos deben basarse en una serie de principios básicos. Para empezar, el marco fiscal y financiero reformado de la eurozona debe sustentarse menos en las normas y más en la discreción. La experiencia de la eurozona durante la última crisis financiera, especialmente comparada con la de Estados Unidos, dejó a la luz la necesidad de un proceso rápido y flexible de toma de decisiones por parte de los gobiernos y no sólo las autoridades monetarias.
Si se quiere que el público apoye ese cambio hacia la discreción en lugar de las normas, el sistema de gobernanza fiscal de los miembros de la eurozona debe someterse a una disciplina real de mercado. El marco de reestructuración de la deuda debe ser uno de los pilares de la estructura reformada de gobernanza de la eurozona, posiblemente administrado bajo los auspicios del mecanismo europeo de estabilidad (MEEF), como complemento a su línea de préstamo de crisis.
Dado el legado de alto endeudamiento de muchos estados miembros, la transición a ese marco podría ser peligrosamente desestabilizadora. Para evitar problemas, deberá establecerse alguna clase de agencia de gestión de deuda, posiblemente bajo los auspicios del MEEF, con el mandato de comprar deuda de los estados miembros por encima de cierto umbral. Hay propuestas sobre la mesa para ese plan pero la que se adopte habrá de integrar cierta garantía conjunta limitada de los estados miembros.
Y aquí yace el principio más importante que debe guiar la reforma de la gobernanza en la eurozona: la necesidad de efectuar cambios junto con las reformas políticas para reforzar la legitimidad de las decisiones que impliquen distribución del riesgo entre países. Solo entonces podrá la eurozona lograr un equilibrio estabilizador entre la disciplina de mercado y cualquier paso hacia un reparto incluso limitado del riesgo.
Un equilibrio similar podría también lograrse en el marco financiero de la eurozona y en especial el tratamiento del riesgo soberano de los balances bancarios, que aleje a la UE de la situación actual, en que todos los bonos del Estado denominados en euros se tratan de la misma forma, sin importar la posición de deuda del emisor.
Un nuevo conjunto normativo, destinado a reforzar la disciplina de mercado, ofrecería también incentivos a la diversificación. Esta idea prevé también la creación de deuda soberana respaldada por obligaciones colateralizadas por deuda (CDO). Aunque las CDO no precisan de ninguna garantía conjunta, ayudarían a reforzar la disciplina de mercado, a la vez que facilitan que el Banco Central Europeo aplique la política monetaria. Una propuesta reciente de la UE es un paso bienvenido en esa dirección.
Deben abordarse dos cuestiones más. La primera es la consumación de la unión bancaria de la eurozona, que incluiría la regulación bancaria común y un fondo creíble de resolución. Dada la falta de voluntad política para avanzar en este frente, podría ser más sensato empezar centrándose en soluciones nacionales que, de tener éxito, puedan allanar el camino de acuerdos a nivel europeo.
La segunda cuestión es la creación de una capacidad centralizada que asegure un estímulo fiscal adecuado en la eurozona. Aquí también, falta voluntad política, pero con una agencia real de gestión de la deuda y una estructura de gestión de legado de deuda, la recién liberada capacidad fiscal de los estados miembros podría dispensar la necesidad de una solución centralizada.
Para adoptar los equilibrios relativamente conservadores definidos antes, los ciudadanos de la UE deben participar en el proceso de toma de decisiones, sobre todo en lo que concierne a las propuestas que impliquen un mayor papel del MEEF y garantías conjuntas de las tenencias de bonos soberanos. Es más, los cambios de esta escala exigirían dar más responsabilidad al subgrupo del parlamento europeo que representan los países de la eurozona.
Como vimos en el caso del referéndum del Brexit en el Reino Unido, el exceso de poder a los votantes sobre la regulación del proyecto europeo puede ser contraproducente. Sin embargo, Francia acaba de demostrar que convencer al electorado de la integración de la UE puede ser la parte fácil. La gobernanza fiscal será la prueba real del poder de permanencia del euro.
© Project Syndicate