Firmas

Carmena en su laberinto

  • Creía tener un buen argumento para defender la posición sobre la pancarta
  • Carmena nunca imaginó que negarse a colgarla iba a suponer tal aluvión
  • Kichi marcó la posición de Podemos negando cualquier homenaje a Blanco
Manuela Carmena junto a Cristina Cifuentes en el homenaje a Miguel Ángel Blanco. Foto: Efe

Se equivocó. Manuela Carmena nunca imaginó que negarse a colgar una pancarta en la fachada del Ayuntamiento de Madrid con la imagen de Miguel Ángel Blanco pudiera acarrearle semejante aluvión de críticas. Sabe que la tienen ganas, que para ella no hubo ni los cien días de gracia cuando asió el bastón de mando y que la dieron duro, pero esta zurra de ahora la pilló desprevenida.

Creía tener un buen argumento para defender la posición que le vino inducida por su colega en el Ayuntamiento de Cádiz, Jose María González, un auténtico mago sacando problemas inexistentes de su chistera. Fue Kichi quien marcó la posición de Podemos negando cualquier homenaje con el argumento de que para él todas las víctimas son iguales. Con ese precedente, los de morado se impusieron la obligación de sujetar esa tesis sin calcular el coste.

Tengo dudas de que Carmena le apeteciera hacerlo pero no tuvo fuerzas ni ánimo de contrariar la postura marcada y abrir otro frente de discrepancia interna en la Corporación, y se metió en el laberinto. Lo hizo mejorando en lo que pudo el argumentario del gaditano al añadir que la no personalización de las víctimas en favor del conjunto era la idea que sostenían las asociaciones de víctimas y que no debía producirse menosprecio alguno de unas víctimas frente a otras. No fue, sin embargo, suficiente. Ni el común de los mortales entiende que se le niegue una pancarta con la efigie del concejal asesinado ni ella es un 'alcaldillo' de medio pelo como el chirigotero de Cádiz.

La repercusión fue brutal, sin duda sobreactuada, como casi todo lo que ocurre últimamente en política en España, pero sin duda desmesurada. Desde "insensible" en las criticas moderadas hasta "cómplice del terrorismo" en las más ultramontanas, escuchó de todo. Resolvió, como mejor pudo, con una rectificación a medias que le honra.

Manuela Carmena, a la que ya quisieron cazar los ultras en los asesinatos de Atocha, estuvo también en la lista negra de los objetivos de ETA. Se puede o no estar de acuerdo con su concepto de la Justicia y de la política penitenciaria, lo que no tiene un pase es decir, como se ha llegado a oír, que la alcaldesa de Madrid está de parte de los etarras. Resulta obsceno.

Podemos, en cambio, sí ha mostrado cierto apego o fascinación por grupos como EH Bildu con los que, además de forjar entendimientos políticos en algunos territorios, escenifica siempre una suerte de buen rollo que le debe resultar 'molón'. Es verdad que no todos los líderes de la formación morada comparten esos 'tics' y que a algunos hasta les repugna. En cualquier caso, puedo imaginar la cara que se le quedaría a Pablo Iglesias cuando vio al parlamentario de EH Bildu Julen Arzuaga situado en primera línea en el homenaje a Miguel Ángel Blanco celebrado en Ermua. Iglesias desplegando toda su retórica y capacidad argumental para justificar el que

Podemos no participara en el recuerdo al concejal asesinado, y resulta que un tipo como Arzuaga, que ni siquiera ha condenado públicamente a ETA, sí que lo está.

Al final Carmena escapó del laberinto con una pancarta que no colgó de la fachada pero tras la que sí estuvo. Una pancarta salomónica en la que se mencionaba el 20 aniversario del asesinato de Blanco y a todas las víctimas del terrorismo. Así salió al paso de las críticas sin enfrentarse abiertamente a los más radicales de Ahora Madrid que acusaban al PP de sacar rédito político e incluso económico al homenaje. Y no descarto que entre los populares haya quien viera en este aniversario la oportunidad de barrer para casa, mezquinos los hay en todos los colores. El empeño de su portavoz en mantener la convocatoria unilateral del PP en la Plaza de la Villa negándose a anularla en favor de la convocada por todos los grupos en Cibeles no es una buena señal, como tampoco lo son los abucheos que recibió la alcaldesa que decidió acudir.

Lo acontecido hace dos décadas tras el secuestro y asesinato del concejal de Ermua estuvo, y allí debería seguir, muy por encima de estas miserias partidistas. La rebelión social que provocó aquel crimen abyecto marcó un antes y un después que la memoria colectiva debe mantener viva. Miguel Ángel Blanco no fue el único, hubo casi un millar de víctimas, algunas casi anónimas otras con renombre como Ernest Lluch, Fernando Múgica, Gregorio Ordóñez o Francisco Tomás y Valiente cuyo asesinato, este último, provocó también una enorme convulsión ciudadana y que el año pasado apenas fue recordado al cumplirse el 20 aniversario.

El que hemos rememorado esta semana no ha pasado en cambio inadvertido. Lástima que la bajeza política y el disenso lo hayan oscurecido todo. Cuando los partidos pierden la conexión con los ciudadanos a los que han de servir y trabajan solo para sí mismos la aguja de marear enloquece. Y vuelven al laberinto.

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