
No es España la que corre el mayor riesgo de ruptura, es Cataluña. El acto celebrado el martes en el Teatro Nacional de Cataluña ahonda de forma determinante en la brecha que el independentismo ha abierto en la sociedad catalana. Ya el modo en que presentaron su Ley del Referéndum de Autodeterminación de Cataluña constituye en si una afrenta a cualquier opinión contraria a sus pretensiones y en consecuencias a las normas básicas de la Democracia. Una lectura rápida y sin mayor relevancia por la mañana en una sala anexa al Parlament y por la tarde toda la liturgia triunfalista de ese soberanismo delirante entregado a la post verdad. Casi nada de lo que allí se dijo respondía a la realidad.
La impúdica malversación del término "legitimidad" les ha permitido redactar un preámbulo de tres páginas en el que se manifiestan apoyados por instituciones internacionales como el Tribunal de La Haya o la ONU para aseverar que "legalidad solo hay una, la que se deriva del Derecho Internacional y de los Derechos Humanos". Lo cierto es que ni estos mencionados ni ningún otro organismo internacional les ha prestado el menor apoyo a los secesionistas de Cataluña, y cuidado que han gastado energías y recursos públicos en el intento de obtenerlo.
Pero, por muy ficticio que fuera, todo le valía a ese selecto auditorio entregado a la causa que proporcionó cobertura a la actuación de Junts pel Si y la CUP. Ovaciones y entusiasmo en una atmósfera de exaltación retransmitida en vivo y en directo por el órgano de propaganda del independentismo. Allí tuvieron el cuajo de vender ese documento redactado a oscuras como si fuera el tarro de las esencias de la libertad. Es decir nosotros somos libres de hacer lo que nos da la gana y los demás, los demás catalanes, que se aguanten que para eso mandamos nosotros.
El relato era difícil de sujetar sin envolverlo en el paroxismo sectario que crean este tipo de liturgias que tienen tan ensayadas. Digo que era difícil porque unas horas antes el demócrata Puigdemont le había cortado la cabeza a un consejero de su propio gobierno por un comentario sensato en el que ponía en duda la viabilidad del referéndum , "quien no esté dispuesto a llegar hasta el final, que se marche",había dicho el President el día anterior. Personas tan poco sospechosas de estar al margen de la conjura como los ex consejeros Francesc Homs y Joana Ortega mostraban públicamente su rechazo a la destitución y se declaraban "hasta los huevos".
La deriva que ha tomado Puigdemont está desgarrando por dentro el PDCAT mientras a ERC le resulta cada vez más difícil disimular la incomodidad que le produce compartir gobierno con los antiguos convergentes y ya no digamos los continuos chantajes y espoleos a los que les somete la CUP. Han llevado la situación al esperpento y, en su delirio, no parecen conscientes de la imagen que transmiten. Cuando el antes respetado cantautor Lluis Llach manifestó en medio del éxtasis soberanista su visión del "horizonte luminoso que espera a los catalanes después de la independencia" olvida que la única "estaca" que las libertades tienen clavada en Cataluña es la que con una presión ambiental brutal y una propaganda desaforada mantiene silentes a la mayoría de sus ciudadanos.
Esos ciudadanos a los que la secretaria general de ERC Marta Rovira llamaba "la gente del no" , y a quienes convocaba a participar en el referéndum. Rovira, con ese tono ingenuo que recuerda a Heidi en las montañas alpinas, tuvo la cara de pedir a quienes obliga por decreto a elegir entre Cataluña y España y a quienes entienden que la convocatoria carece de cualquier viso de legalidad, que les hagan el juego. Y hubo más, doña Marta dijo allí solemnemente que el primer derecho del ser humano es "la autodeterminación". Hay que estar muy obsesionado para decir estas cosas en público sin sonrojarse. Un modelo de autodeterminación diseñado de aquella manera y a medida de sus intereses.
En el hipotético caso de que el referéndum se celebrara, según esta ley de juguete, los ayuntamientos estarían obligados a ceder los espacios habituales, lo que no dice es como piensan forzar a quienes se acojan a la leyes de verdad. Otro tanto ocurriría con los ciudadanos que sean convocados para formar las mesas electorales y a los que imponen la misma a obligación de acudir aunque no se menciona el castigo por no hacerlo. En cambio lo de la Junta Electoral lo han resuelto con mas desparpajo. Dicen que crearán una "sindicatura electoral" elegida por mayoría absoluta en el Parlament, ósea entre Junts pel Si y la CUP, así ellos se lo guisan y ellos se lo comen. En el aire queda algo tan elemental como la elaboración del censo y el supuesto blindaje que según el artículo tercero cubrirá a los funcionarios y empresas que ayuden en la consulta, aunque nadie ve la protección por ningún lado.
Nada hay sin embargo tan descarado como el articulado que establece que "si el recuento de los votos da como resultado que hay mas afirmativos que negativos, implica la independencia de Cataluña". Es decir que si solo votan unos miles de catalanes, y que si lo hacen es porque están de acuerdo con el referéndum y por tanto lo harán a favor del 'sí' , los millones restantes no les importa un bledo y le darán una patada a cinco siglos de historia. Cataluña tiene un problema consigo misma, cuando hay un loco en la familia los primeros que lo sufren son los de casa.