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El turismo indeseable

  • "Turistas a la mierda", puede leerse en Barcelona
Dos turistas en el Park Güell de Barcelona. Foto: archivo

"Turistas a la mierda", así de expeditiva era la pintada con la que alguien había decorado la pared de un céntrico inmueble de Barcelona. El exabrupto responde a un sentimiento creciente de rechazo a los visitantes que empezó asomar la cabeza hace tres o cuatro años en zonas como la Sagrada Familia o la Barceloneta y que ha ido tomando cuerpo en El Centro histórico. Esta aversión al 'guiri' ,entendiendo por tal todo aquel que viene de paso para disfrutar de la ciudad, es percibida ya por los foráneos que advierten la antipatía cuando no los desplantes que les deparan los vecinos más recalcitrantes.

Es cierto que Barcelona encaja un volumen de visitas que difícilmente puede gestionarse sin provocar trastornos a sus moradores. Los nueve millones de turistas que anualmente acoge, y que atestan los barrios del casco antiguo, complican sobremanera su vida hasta el extremo de provocar un éxodo lento pero en apariencia inexorable que lleva camino de devastar el tejido residencial en favor del uso terciario.

A esa dinámica ha contribuido generosamente el fenómeno de los alquileres turísticos, esa fórmula propiciada por las plataformas en la red que permite a cualquiera alquilar las habitaciones de una casa y sacarle un rendimiento económico hasta ahora inimaginable. Gracias a ella el que tiene un piso en el centro tiene un tesoro, una propiedad que debidamente explotada le puede permitir incluso vivir holgadamente a costa de ella. Ni que decir tiene que el fenómeno ha multiplicado de forma exponencial el número de plazas hoteleras no solo en Barcelona sino en todas y cada una de las ciudades con atractivo turístico del país. La capital catalana, con solo tres millones de habitantes, encaja unos nueve millones de visitantes al año y Madrid con tres millones y medio, y sin un puerto en el que puedan atracar los cruceros, está en parecidas cifras de visitantes.

Esta semana el gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid presentó un borrador para modificar el decreto que regula el uso turístico de las viviendas y el alquiler de viviendas sueltas. Ese proyecto introduce novedades interesantes en la idea de racionalizar y poner algo de orden a lo que a todas luces se estaba yendo de las manos. Una muy determinante es la que otorgará a las Comunidades de Vecinos la posibilidad de vetar la utilización de los pisos para esa función. Es verdad que para aplicar esa medida lo deben recoger sus estatutos de forma expresa pero el paso parece ir en la buena dirección. Como va también el establecer controles a las plataformas on line, la obligatoriedad de contratar un seguro de responsabilidad civil, el disponer de hojas de reclamaciones o el preceptivo registro de la identidad como se exige en los hoteles.

Son medidas seguramente matizables que pretender afrontar el desmadre que debería haber evitado hace tiempo la administración central con una regulación marco que como poco sirviera de referencia para todos. Se trata en definitiva de gestionar con inteligencia una actividad lucrativa imparable y conjurar sus efectos indeseables.

En España todo lo que guarde relación con el turismo es estratégico. Aquí no es una industria más, es el sector que se mantuvo en pie en los peores años de la crisis, el que más aporta al PIB , el gran generador de empleo y el que actuó en los peores momentos como palanca de la recuperación. En el 2015 se batió el récord de visitas que arrojó el 2014, y en el 2016 el que alcanzó el 2015. El año en curso, de proseguir la marcha actual , será todavía mejor, el crecimiento se mantiene impertérrito y las proyecciones avanzan un registro de 75 millones de turistas, lo que nos pondría muy cerca de superar a los Estados Unidos, el segundo país con más visitantes del mundo después de Francia que supera los 80 millones. Cifras de esta magnitud conllevan el riesgo de morir de éxito.

La actitud de los vecinos de Barcelona que se declaran hartos de visitantes es un síntoma preocupante. Por el mundo no puede correrse la voz de que en España hay ciudades donde "mandan a la mierda a los turistas". El daño sería irreversible. Por molestos que les resulten esos 9 millones de 'guiris' que "soporta" la Ciudad Condal no están en condiciones de prescindir de los recursos ingentes que generan ni de las decenas de miles de puestos de trabajo que sujetan. En la pasada edición de la Mobil World Congress ya hubo entre los asistentes algunas quejas que han de hacer pensar a las autoridades locales y regionales sobre la delicadeza con la que han de tratar el asunto y el fino equilibrio que exige.

Este fin de semana Madrid tiene por delante un examen que ha de superar con nota. El World Pride 2017 puede atraer hasta tres millones de visitantes concentrados en muy pocos días. Es una gran reto logístico y de seguridad pero sobre todo de convivencia. La marca Madrid y la marca España están en juego. La afluencia masiva de visitantes siempre genera problemas pero el turismo nunca debe ser indeseable.

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