
Reino Unido ha dado el paso hacia el abismo de la pérdida de respeto sobre sí mismo. El encontronazo verbal entre los dos aspirantes a Downing Street en las elecciones del domingo, con el atentado de Londres como argumento de campaña, coloca a los británicos ante el desagradable panorama de la irresponsabilidad de sus líderes, la que está y el que quiere estar, que no dudan en lanzarse a la cabeza a policías y a víctimas como si fueran simples políticas domésticas para influir en el IPC. El terrorismo monopoliza la campaña del 8J en Reino Unido.
Pensar e incluso proclamar públicamente que las decisiones que adoptó una ministra en el marco de una democracia, un régimen de libertades a años luz del totalitarismo terrorista, quedan en entredicho por la acción criminal y asesina de tres individuos es una tergiversación absoluta de lo que está ocurriendo. Y peor aún, contestar con un repulsivo "y tú más" como ha hecho Theresa May aludiendo a frases y opiniones sobre la lacra terrorista de su rival Jeremy Corbyn, sitúa al país en una especie de ciénaga en la que los radicales yihadistas han pescado lo más querido por sus mentes extremistas: la desunión y el enfrentamiento entre los justos y los demócratas.
Theresa May redujo en 21.000 el número de agentes de policía en los seis años que ocupó el cargo. Se habla ahora de que fueron los recortes provocados por una solución mágica liberal contra los efectos de la crisis económica y la pérdida de ingresos del Estado, que se compensó con una eliminación de puestos en la seguridad de todos. Cualquier crítica política a esa decisión, por supuesto equivocada y mal orientada, debe estar exenta del momento trágico que supone un atentado como el del pasado sábado en el puente de Londres. Recuperar ahora como justificación de los ocurrido las decisiones adoptadas en el pasado es
Se empieza por ahí y se acaba considerando que la policía ha asesinado a los terroristas cuando, para evitar que siguieran degollando ciudadanos en Borough Market, les dispararon en defensa de la libertad y la seguridad de la población. Un completo despropósito.
El Reino Unido se desliza por una pendiente peligrosa, como demostró con el referéndum que aprobó el Brexit. Su situación política es la mayor evidencia de que la crisis no sólo fue financiera, sino también de principios. Tras la brutal acción asesina de los tres terroristas el sábado por la noche, se tardaron doce horas en llamar a lo ocurrido por su nombre: atentado terrorista. Se habló oficialmente de "acción", "acto", o "incidente", y los medios de comunicación siguieron dubitativos ese acomplejado lenguaje. Mal podrá luchar una sociedad libre y civilizada contra sus males si no acepta llamar a las cosas por su nombre.
Los perfiles de los dos terroristas identificados encajan a la perfección con los de sus homólogos que han actuado en ciudades europeas en los últimos tres años. Khuram Butt, padre de familia con dos hijos, uno de ellos recién nacido, se radicalizó de forma vertiginosa pero no se ocultó nunca, ni siquiera a las cámaras. Sobre él dieron información precisa los vecinos que comprobaron ese proceso de descomposición cerebral, pero el clamor no fue escuchado. Tal vez esta vez sí, se adopten medidas directas contra estos perfiles que son clarísimos, que están visibles en la sociedad occidental, y que un día deciden convertirse en héroes de su causa criminal ante la sorpresa de los May y Corbyn de turno.