Firmas

Un corte de mangas al resto del mundo sin justificación

Al anunciar que retira EEUU del Acuerdo de París, Donald Trump le ha hecho un corte de mangas innecesario al resto del mundo, excepto Nicaragua y Siria, que son los otros dos únicos Estados que no han firmado dicho pacto. Y encima tiene la hipocresía de afirmar que está dispuesto a renegociar un nuevo Acuerdo, cuando resulta que no le hace falta salirse para conseguirlo. ¿Que no le gusta que EEUU, bajo el mandato de Barack Obama, haya propuesto que sus emisiones bajen un 28 por ciento en 2025 en relación al nivel de 2005? Pues que proponga otro escenario. Nada se lo impide. A fin de cuentas, el Acuerdo de París es voluntario; sólo obliga a presentar a cada Estado lo que considere oportuno para contribuir al objetivo común de evitar que la temperatura del planeta se caliente más de dos grados centígrados al final del presente siglo.

Efectivamente. Visto el fracaso del Protocolo de Kioto, que contenía elementos vinculantes a los que sólo se han sometido 38 países -entre ellos los 28 de la UE-, el Acuerdo de París se fundamenta en que cada cual haga lo que quiera, sin obligaciones ni mecanismo sancionador alguno, porque no había otro modo de que convergieran los intereses de países ricos y pobres, del norte y del sur.

Partiendo de la buena voluntad de cada cual, la ONU pidió a los países que elaboraran unas 'Contribuciones Nacionales Previstas y Determinadas' (INDC por sus siglas en inglés), esto es, planes sobre lo que están dispuestos a materializar para contener el calentamiento, que resultaron ser, lógicamente, de su padre y de su madre: previsiones dispares prácticamente imposibles de cotejar.

Partiendo de esos INDC, la ONU quiere crear un entramado de colaboración común que derive en una auténtica acción colectiva para frenar el calentamiento, pero el trabajo está en una fase muy incipiente. Por no haber, todavía no hay ni unas reglas aceptadas por todos para contabilizar las emisiones de CO2, ni un año de referencia común sobre el que calcular las reducciones de las emisiones de dicho gas, ni un límite establecido para las emisiones, ni tampoco la indicación expresa de que se vaya a poner un precio a las emisiones de carbono, aunque los expertos indiquen que es el camino a seguir para que el mercado haga su trabajo.

Un Grupo de Trabajo Especial está trabajando en ello, aunque hasta el año que viene -en el alambicado lenguaje diplomático del Acuerdo- no arrancará un "diálogo de facilitación entre las Partes para hacer un balance de los esfuerzos colectivos y determinar el avance en el logro del objetivo a largo plazo". Es decir, que si Trump quiere renegociar alguna cosa, no existe absolutamente ningún impedimento para que lo haga dentro de las reglas del propio Acuerdo.

Por lo tanto, cuando anuncia que no quiere que su país siga formando parte de esa apuesta común que simboliza París, le está dando una bofetada gratuita al resto del mundo.

¿Por qué, entonces, lo ha hecho? La prensa apunta su debilidad interna, acosado por el 'Rusiagate', con una reforma tributaria prometida y pendiente de materializar, con problemas judiciales por la inmigración... También se habla de la materialización de su ideología populista y proteccionista, ese 'América primero', que se reafirma con algo lejano y difícil de comprender para la mayoría de los ciudadanos como es el cambio climático. Otros se centran en la batalla interna entre sus asesores, unos a favor y otros en contra del asunto, con su hija en uno de los bandos.

En el fondo dan igual los motivos del magnate. Importa el hecho, el ejercicio de reafirmación propia a costa de los demás, el desprecio que demuestra hacia la buena voluntad del resto del mundo.

E importa el riesgo de que otros países le secunden, algo que ocurrirá con seguridad, porque no a todos perjudica el cambio climático, y no todos están realmente dispuestos a hacer algún sacrificio, por pequeño que sea.

Por ejemplo, el Acuerdo de París contempla -sin vincular- que los países ricos contribuyan con 100.000 millones de dólares anuales a los países pobres para que ayudarles en el esfuerzo a partir de 2020. Está por ver que esta promesa se materialice -recuerden el famoso 0,7 por ciento del PIB para cooperación al desarrollo-, pero sería mucho más fácil de conseguir de lo que parece, porque según la OCDE los ricos ya ayudan a los pobres más de 60.000 millones anuales de 'fondos verdes', directamente relacionados con el clima.

Indudablemente, sin la base de confianza que germinó en París, y que Trump ha roto, será mucho más difícil frenar la temperatura del planeta. Afortunadamente, se trata de una carrera de fondo y, aunque estas décadas son claves, porque todavía se puede hacer, Trump se irá y llegará otro presidente; esperemos en que sí se confíe en la ciencia y se arrepienta de la obra de su antecesor, este inaudito elemento que nos ha restregado su soberbia por las barbas.

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