
Entre los efectos menos debatidos de la transformación digital está el modo en que puede afectar a la convivencia de distintas generaciones laborales. Cómo baby boomers, generación X, millennials y generación Z se van a relacionar de un modo distinto en esta nueva era colaborativa y digital, y la manera en que esas nuevas relaciones van a verse afectadas por la omnipresencia tecnológica y unos nuevos modelos laborales más flexibles y deslocalizados.
Algunos ven en la presencia de este nuevo player tecnológico una amenaza para la convivencia, un factor de desequilibrio que puede potenciar dramáticamente las diferencias entre unas generaciones que, ya de por sí, tienden a fijarse más en aquello que les separa que en lo que les une.
Por un lado, está la amenaza de la brecha tecnológica, que sigue siendo una asignatura pendiente para los más veteranos. Y si esta falta de pericia digital ha sido siempre una relativa preocupación para estos profesionales, ahora, con la actual llegada de la era TD empieza a convertirse en motivo de angustia.
Porque aquellos que peinando ya canas no se hayan preocupado hasta ahora de adaptarse a los cambios tecnológicos, confiando en que sus otras habilidades y virtudes profesionales suplirían ventajosamente esas deficiencias, ahora se están dando cuenta de que la alternativa de no sumarse a la ola digital ha dejado de ser opcional. Quien no se suba a ese tren, se queda atrás. Punto.
Por si fuera poco, los jóvenes se presentan ante ellos con un sin fin de imperfecciones. A sus ojos, son inexpertos, mimados, insolentes, descuidados, osados, desprecian la experiencia y se creen que lo saben todo... Y lo peor de todo es que, en cuestiones tecnológicas, ¡sí lo saben todo! Y esto los convierte en una seria amenaza.
La imagen de los jóvenes
Los jóvenes, por su parte, no tendrán una imagen mucho más positiva de sus mayores. Para ellos son personas acomodadas, que cobran mucho y contribuyen poco, que no han sabido (o no les ha dado la gana) adaptarse a los cambios que se les vienen encima, y a los que ahora les entran las prisas porque ven que los nativos digitales les están comiendo el terreno a pasos agigantados.
Por si fuera poco, las generaciones más jóvenes se sienten protagonistas indiscutibles de esta revolución pero, al mismo tiempo, saben que no son ellos quienes la están liderando y sienten, además, que no se lo van a poner fácil aunque quieran dar un paso al frente. Como consecuencia, hay frustración y cierto rencor.
No es esa la visión que yo tengo. Para mi y para muchas de las compañías que están encabezando esta transición hacia la empresa del futuro, la transformación digital es una magnífica oportunidad para mejorar la comunicación intergeneracional y tender puentes entre quienes, después de todo, tan sólo están separados por unos cuantos años.
La realidad es que las empresas los necesitan a todos para llevar a buen puerto este complejo tránsito en el que están inmersas. Y que también las distintas generaciones precisan del concurso de las demás para desarrollarse profesional y personalmente en esta nueva y apasionante etapa. Para ello, unos y otros deben darse cuenta de lo mucho que pueden aportarse mutuamente.
Que el liderazgo y experiencia de los más veteranos es imprescindible para lograr que los más jóvenes logren encajar y encauzar sus muchas habilidades en un propósito común y dirigido hacia unos objetivos concretos. Y que la frescura, impulso y falta de prejuicios de los las generaciones 'Y' y 'Z' debe ser acicate definitivo para que baby boomers y generación X se sacuda de encima viejos complejos y corsés.
En ese sentido, iniciativas como el reverse mentoring, en el que son los jóvenes quienes acompañan a los directivos más veteranos en su travesía digital, están logrando grandes avances. Ahora, hace falta que cunda el ejemplo y que las empresas perseveren en negarse a aceptar ese enorme absurdo que sería permitir que la fecha de nacimiento sea un impedimento para que sus mejores trabajadores se entiendan.