
Al igual que en otros países europeos donde se han producido recientemente unos cambios significativos en la escena política, la ruptura o el cuestionamiento de la tradicional división entre la izquierda y la derecha, la emergencia de nuevos partidos políticos que no se reconocen en esta tradicional división política, la aparición de formas de populismo y de radicalismo inéditos desde el final de la segunda guerra mundial, la fragilización (o el fin para algunos) del bipartidismo, el cuestionamiento de las ventajas de la pertenencia a la Unión Europea etc., los resultados de la primera vuelta de las elecciones del domingo 23 de abril para elegir un nuevo presidente de la República en Francia ilustran indudablemente los cambios y las incertidumbres a los que está sometido el sistema político del país vecino.
Más allá de la dispersión de la oferta electoral (11 candidatos en 2017 contra 16 en 2012) y de las incertidumbres o sorpresas que han caracterizado esta campaña (la lucha del candidato conservador Fillon por contener los ataques de la prensa y de la Justicia y mantener su candidatura, la elección de un candidato inesperado en las Primarias del Partido Socialista Francés, la decisión del Presidente saliente -François Hollande- de no volver a presentarse, la candidatura del exministro de Economía, Emmanuel Macron, (que había sido introducido en la política francesa por el propio presidente Hollande), la campaña electoral había puesto ya de relieve las dudas y las aspiraciones de cambio de los electores franceses después de varias décadas siguiendo el ritmo que imponían hasta ahora los equilibrios políticos y las instituciones de la V República francesa .
La victoria en la primera vuelta de un candidato joven (39 años), sin experiencia política anterior, cuyo partido o movimiento no forma parte de los partidos tradicionales del sistema político francés (su formación En Marche! es un movimiento creado hace un año -el 6 de abril de 2016- unos meses antes de la salida de Emmanuel Macron del gobierno de François Hollande el 30 de agosto de 2016) demuestra las enormes aspiraciones de cambio o de rejuvenecimiento de la vida política francesa que existen en Francia, y en particular de sus partidos y representantes.
Mientras Benoît Hamon y Jean Luc Mélenchon se disputaban el espacio político tradicional del partido socialista ("la izquierda") y que François Fillon, vencedor de las Primarias de su partido "Les Républicains", heredero de la Agrupación RPR fundada por Jacques Chirac y de la UMP presidida posteriormente por Nicolas Sarkozy, se empeñaba en marcar su territorio ("la derecha" o el "centro-derecha"), otros candidatos como el vencedor de esta primera vuelta intentaban romper esta representación clásica de la división política y proponían otros referentes para atraer simpatizantes y posibles electores.
Según ellos y en particular según Macron, la vieja división política entre la derecha y la izquierda es obsoleta y no corresponde a la realidad de la vida política francesa y a las expectativas de los franceses. El resultado de esta primera vuelta podría ser la demostración de que tiene razón. Al no presentarse el presidente socialista saliente y al no haber un tema dominante que haya cristalizado los debates como en campañas anteriores, la tradicional oposición Derecha-Izquierda no ha funcionado como elemento aglutinador de las preferencias políticas de los franceses a pesar de los últimos esfuerzos del candidato Mélenchon para movilizar sobre sus tradicionales temáticas anticapitalistas o anti-sistema.
El Partido de Marine Le Pen, con el segundo mejor resultado, ha anunciado desde hace muchos años que quiere emanciparse de este modelo político obsoleto que según ellos ha demostrado su incapacidad a dar respuestas concretas a los problemas de los franceses.
Lo que llama la atención, es precisamente que a través de esta primera votación que refleja el voto del corazón (y no el voto pragmático o por eliminación de la segunda vuelta), los partidos tradicionales (Parti Socialiste y Les Républicains) que han dominado durante más de 50 años la vida política francesa se han quedado al margen de las preferencias de la mayoría de los franceses, al igual que las propuestas extremistas de Nathalie Artaud (LCR) y Philippe Poutou (NPA).
Sin duda una señal de que las aspiraciones al cambio son importantes. Sea para emprender la "gran alternancia" que pretende realizar Le Pen o sea para imponer una "recomposición política", menos vinculada a los partidos y más a la sociedad civil como anuncia Emmanuel Macron.