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Entre la incertidumbre y el populismo

  • El pacto de los Presupuestos otorga la estabilidad política necesaria
Foto: Reuters

Uno de los espejismos de la crisis económica que hemos padecido es que parecía que las medidas tenían efectos a corto plazo. En economía hay muy pocas cosas que tengan efecto a muy corto plazo. Por ejemplo, el derrumbamiento económico español de 2009 se venía larvando desde hacía varios años.

El modelo económico español llevaba casi una década acumulando desequilibrios, el más importante de los cuáles era el fortísimo desequilibrio de la balanza por cuenta corriente. Esto hacía, en la medida que adquiríamos del resto del mundo mucho más de lo que le vendíamos, que fuésemos acumulando una enorme deuda externa. Cuando las condiciones exteriores de financiación empeoraron, todo eso simplemente se manifestó, hundiendo la economía, la crisis no surgió de la nada.

Probablemente la excepción más importante se refiere a la moneda y a la banca. La restricción de crédito tiene efectos a corto plazo, y la amenaza a la estabilidad monetaria, aún más. De hecho, el riesgo de ruptura de la moneda única, sí que alteró de forma sustancial los comportamientos de los agentes económicos a cortísimo plazo. Sin embargo, para que una política fiscal o salarial, tenga un efecto relevante hace falta bastante tiempo. Eso vale para las buenas políticas pero también para las populistas. Esto ocurre también en el ámbito internacional, y por eso el riesgo de las políticas populistas tardará en materializarse.

Por supuesto, esto también tendría una excepción para España, y para la UE, que sería, si ocurriese, que no es en absoluto probable, el triunfo de Marine Le Pen en Francia. Pero, de momento los dos grandes acontecimientos imprevistos de 2016, el Brexit y el triunfo de Trump en las presidenciales norteamericanas, parecen haber tenido muchos menos efectos económicos, y menos negativos, de lo que parecía.

De hecho, en el caso del Brexit, de momento los únicos efectos percibidos han sido los derivados de la devaluación de la libra. Esto no se puede ni comparar con los efectos de romper la moneda única, como ha prometido Marine Le Pen. Sin embargo, los efectos a medio plazo serán muy relevantes. Simplemente, las inevitables restricciones al comercio, se traducirán en menor crecimiento, fundamentalmente para Gran Bretaña, pero también para el resto de Europa.

Por otra parte, España, como los demás países europeos, tendrá que aportar más al presupuesto comunitario, pero con mucha diferencia el peor efecto se derivará simplemente de que vendrán muchos menos turistas británicos. Ahora bien, los británicos que venían lo hacían voluntariamente, porque preferían un destino continental a quedarse en Gran Bretaña. En el futuro, tendrán menos opciones porque Gran Bretaña se habrá empobrecido, y la cotización de la libra es un reflejo.

En general, una restricción en los intercambios acaba suponiendo pagar más caros los mismos productos, o pagar productos peores al precio de otros mejores. La diferencia fundamental es que los efectos no suelen ser tan inmediatos como los derivados de una devaluación, pero se acaban produciendo.. Cuando un norteamericano no compra un producto norteamericano, pese a los deseos de Trump, sino uno extranjero, es simplemente porque el producto foráneo es más barato, o de mejor calidad, o ambas cosas.

Si eso se altera estableciendo elevados aranceles, o mediante técnicas fiscales, el consumidor americano pagará más caros los mismos productos, u otros de peor calidad, es decir será más pobre.

Por otra parte, en la medida en que las empresas norteamericanas utilizan productos y servicios importados, los propios productos norteamericanos serán menos competitivos en el exterior. Para cerrar el círculo, los países afectados muy probablemente establecerán medidas de represalia, con lo que las empresas estadounidenses perderían ventas en el exterior.

Por otra parte, la política fiscal de la Administración Trump, por lo que se ha adelantado, parece que consistirá en menores impuestos y en una reforma, que no reducción precisamente, del gasto público.

Con independencia de las preferencias de cada uno, resulta evidente que el déficit público norteamericano se incrementará, como ya ha advertido la Oficina Presupuestaria del Congreso. Ante el riesgo inflacionario que todo esto supone, más demanda pública y privada, la Reserva Federal está adelantando la retirada de los estímulos monetarios. Estas condiciones financieras más restrictivas se trasladarán, tarde o pronto, a Europa y Japón.

Todo esto no son buenas noticias para una economía tan endeudada como la española. Evidentemente, tampoco son buenas noticias para la economía de los países desarrollados el incremento de los precios del petróleo, o las dificultades del ajuste financiero y de sobreproducción en China.

Afortunadamente, todo este panorama no ha tenido un efecto adverso, de momento, en el crecimiento de la economía española. Sin embargo, debemos corregir los profundos desequilibrios que padecemos, como el desempleo, la dualidad laboral y un déficit público que no reducimos pese al elevado crecimiento.Si no lo hacemos, y aún más, si renunciamos a la estabilidad política que todavía tenemos, la factura, inexorable, llegará.

Por esa razón, los nuevos presupuestos que el Gobierno ha pactado con Ciudadanos son una buena noticia. Lo son por muchas cosas como la reducción del déficit, o por sustituir una mala prórroga por un presupuesto, pero sobre todo por una estabilidad política que necesitamos más que nunca.

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