
Alguien lo vaticinó acertadamente al empezar esta legislatura tan peculiar en las Cortes: los martes serían un calvario para el Gobierno, los miércoles de transición, y los jueves un respiro. Así se está cumpliendo milimétricamente convirtiendo ya en costumbre parlamentaria que el inicio del pleno semanal en el Congreso suponga un varapalo al ejecutivo, que pierde sistemáticamente las proposiciones simbólicas de la oposición, y el final de la semana se concrete en la aprobación de decisiones concretas donde sí ha habido un grado de consenso importante entre las principales fuerzas.
Lo que no se vaticinó fue la utilización con tintes evidentemente partidistas y de proyección política de las propuestas que llegan al registro de la Cámara Baja. En un Parlamento en el que hay cuatro fuerzas mayoritarias y una decena de pequeñas fuerzas, se ha impuesto la utilización de las Proposiciones de Ley y No de Ley con el objetivo de desgastar más que de construir, las mismas pretensiones que adoptan los partidos que reaccionan de una u otra forma a la PdL de otras formaciones en la Cámara.
Están las proposiciones que se presentan para instar a algo que difícilmente ocurrirá, pero cuya mera aprobación mete en problemas a más de uno. Apuntarse un tanto de cara a la opinión pública es algo demasiado jugoso para dejarlo escapar, pero salvo el diario de sesiones que es testigo mudo y eterno de lo que se debate en el hemiciclo, pocos más los recordarán pasados unos meses o incluso semanas.
Están los que se oponen a la PdL o PNdL pese a estar plenamente de acuerdo en su contenido y sus objetivos. En el fondo, comparten la letra y el espíritu del texto que llega al Registro, pero la dinámica de moda les impide apoyarlo porque supondría dar alas al adversario, o darle la razón en algún planteamiento. Se supone que esa decisión se adopta para ganar o no perder votos, pero el tiempo que transcurre hasta la siguiente cita electoral puede ser de varios años, como ocurre en la actualidad.
Y luego están los textos alternativos. Un partido llega al Congreso y registra una propuesta para su admisión y debate, para su mejora y proceso de enmiendas, pero los demás prefieren tirar por su camino y presentar una proposición alternativa improvisada o cogiendo retales de trabajos anteriores, con el único fin de apoyar en el fondo lo que propone el vecino pero dándole validez sólo si lo he presentado yo.
Todo esto ocurre en igual medida en otras instituciones parlamentarias donde la presentación de algunas propuestas sólo tiene el objetivo del desgaste del adversario político. Que se retraten, sería el grito de guerra de los grupos que llevan a asambleas autonómicas y plenos municipales la condena de aquello que el rival ideológico aprecia, y viceversa. Poco constructivo todo, pero efectista cien por cien
El expresidente del Congreso Manuel Marín, que logró trasladar un estilo elegante y serio a las sesiones parlamentarias, asegura que hay poco nivel en los actuales cargos políticos electos o no. En realidad es el paradigma, trasladado a la política, de una tendencia muy lamentable en los usos y costumbres de estos tiempos, en los que el yo y la primera persona se imponen a cualquier relación hacia los demás.