
Proteccionismo es miedo y precaución es prevención. El primero tiende a exagerarse, se retroalimenta sin quererlo, y la segunda es racional y ponderada. Soplan vientos de nacionalismos, en parte por el terrorismo y la inmigración descontrolada e inviable, pero sobre todo por la deslealtad y falta de patriotismo verdadero de la política.
Durante un período ambos serán irreversibles, pero esto no es tan malo si se utiliza para no despersonalizar la riqueza cultural y el sentido de las cosas de una Nación, y se hace mucho más con espíritu de precaución que de protección.
La industria es un pedacito de un país, a su imagen y semejanza, porque busca añadir un valor que se traduzca en precios racionalmente mayores, busca un excedente para revertirlo y hacerlo cada vez mejor (no para dividendos cortoplacistas), y busca, o debe buscar, la felicidad y el bienestar de sus personas. Siendo claros, tenemos la obligación moral de ser "pequeñas naciones dentro de España" y de, así, ser un ejemplo para que la política se fije en ello y lo aplique a nuestra patria.
Hay lugares donde esta correa de transmisión empresa-nación funciona mucho mejor que en otros; Alemania es un caso tradicional, y EEUU también en bastante medida. Por eso están donde están. El nacionalismo exagerado aparece cuando una organización global y artificial se convierte en un corsé burocrático que solo aporta macroestructuras incapaces de gestionar las inquietudes fundadas y el valor diferencial que sus países generan. En una empresa, esto es departamentalismo. Tenemos ejemplos cercanos a corregir, y rápido.
Un terrible error industrial cometido fue el libre comercio repentino con países muy baratos y emergentes. Esto nos hizo espabilar en competitividad y en creación de valor, pero al ser tan brusco, creó bolsas de destrucción de empresas interesantes, sobre todo Pymes, sin tiempo ni medios para reaccionar.
Y al ser mercados tan interesantes por su tamaño, hemos invertido allí en fábricas cada vez más avanzadas que han enseñado más y más tecnología. Todo muy rápido, se podría haber acompasado con armonía. Entonces, precaución habría sido una progresividad del libre comercio con mayores aranceles y niveles de precios, y una limitación al tipo y nivel tecnológico que nuestras industrias occidentales llevaban allí. Pero como esto no se ha hecho así, ahora es ya tarde y llega lo negativo de la protección, y es que quizá en este momento ya no cabe otra cosa. EEUU es solo el comienzo; su ejemplo, a nada bien que salga, puede cundir en toda Europa.
Y esto estará bien si lo aprovechamos para crear unas fábricas radicalmente diferentes, de futuro duradero, utilizando ciertas propiedades del llamado 4.0. ¡Pero cuidado! Éste es sólo un conjunto de técnicas mecatrónico-informáticas estándar o muy cerca de serlo, incluidas la Inteligencia artificial y la robótica antropomórfica, y estamos obligados a utilizarlas con suma creatividad e imaginación. Mucho más intensamente que nunca, porque la batería de software y chismes tiende a borrar las más elementales diferenciaciones competitivas, y entonces necesitamos sofisticar estas últimas en un grado impensable hasta ahora. Y hacerlo de forma extremadamente dinámica y versátil, logrando que ese 4.0 facilite de forma activa el que las personas, a todos los niveles, se motiven con la tecnología diferencial propia que generan, porque son capaces de comprenderla a fondo y de hacerla evolucionar. Esto es difícil de lograr, porque lo primero que requiere es una visión extremadamente inteligente y dinámica en las industrias, pero una vez logrado es barrera infranqueable para la competencia. Hay países, hoy foco de la inmigración descontrolada, en los que la iniciativa privada no va a invertir jamás en industrias que les vayan enriqueciendo, que podrían ser proveedoras de las nuestras, y que evitarían en gran parte, salvo conflictos, el que abandonen su tierra. Pero ¿por qué no hacerlo nosotros desde las instituciones internacionales, como la UE, la ONU, o desde empresas públicas nacionales con socios locales?
Si EEUU y Europa hubieran sido empresa, jamás hubieran cometido el error de abrir de par en par las puertas de su mercado. Pero eso ha sido así, y ahora surge el problema de posibles actuaciones indiscriminadas y radicales. Llegó el miedo proteccionista por no haber sabido aplicar en su día la precaución racional. Seguro que en las empresas aprendemos mucho de esto.