
¿Esta semana? ¿La que viene? ¿A finales de mes? Sea cual sea el día que la primera ministra británica Theresa May acabe escogiendo para lanzar finalmente su notificación a la Unión Europea de que el país ha decidido marcharse, la negociación pura y dura está a punto de comenzar.
¿Cómo irá esa negociación? La respuesta es sencilla: fatal. Ninguno de los bandos quiere llegar a un acuerdo y por eso no lo habrá.
En realidad, el Reino Unido podría estamparse en su salida de la UE en forma de Brexit duro y sin acuerdo mutuo. Podría ser la solución ideal a largo plazo, pero en el corto la libra atravesará muchos baches e incluso podría acercarse a la paridad tanto con el dólar como con el euro. Cuando el Reino Unido votó abandonar la UE en junio del año pasado, se esperaba que el artículo 50 fuera invocado enseguida.
Pero el plan tenía un fallo, y es que el Gobierno de David Cameron confiaba tanto en la victoria que prácticamente no había planeado qué hacer en caso contrario. Su sucesora, con toda la razón, decidió posponerlo hasta que su gobierno hubiera tenido tiempo para planear la salida y decidir qué quería de las negociaciones. Solamente ahora, conseguida por fin la aprobación total del Parlamento, se enviará la carta, muy probablemente en la última semana de este mes.
Cuando eso suceda, las negociaciones formales podrán empezar. El problema es que seguramente vayan muy mal y cada vez es más probable que no se llegue a un acuerdo por los cuatro motivos siguientes.
Primero, la economía británica va bien. El consenso global era que el Reino Unido se iba a llevar un golpe inmediato en cuanto decidiera irse. La libra descendió en los mercados cuando prácticamente todos los economistas convencionales pronosticaron una recesión y el Banco de Inglaterra recortó los tipos de interés y relanzó la flexibilización cuantitativa para amoldarse a la caída.
¿Qué sucedió? La economía ha demostrado un aguante excepcional. El crecimiento ha sido firme, el empleo ha mejorado, los precios de la vivienda y minoristas son sólidos, y la inversión sigue llegando al país. Las advertencias de miseria y desolación eran desproporcionales obviamente pero aun así, la fortaleza del rendimiento británico ha sorprendido ante un golpe tan fuerte.
¿La conclusión evidente? Aunque habrá pérdidas de empleo cuando las empresas trasladen sus operaciones a bases en la UE, al final la salida habrá sido positiva para el Reino Unido. Inevitablemente, eso afectará a la actitud de los negociadores británicos (que para empezar no eran grandes partidarios de la UE). ¿Por qué esforzarse para obtener acceso a la UE y al mercado único cuando no parece importar mucho que se tenga o no?
Después, la UE está viviendo una gran fluctuación. Durante el año habrá varios comicios. Holanda empezó este miércoles, seguida de Francia, después Alemania, e Italia podría meter a presión un gobierno nuevo también. ¿Negociar qué y con quién exactamente? La respuesta nadie la sabe. Europa podría acabar con un presidente fuerte y pro-UE como Emmanuel Macron, aliado con el socialdemócrata Martin Schulz en Alemania, ambos decididos a profundizar la integración. O podría sumirse en un caos total. Lo cierto es que no lo sabremos hasta octubre como pronto y para entonces podría ser demasiado tarde para llegar a un acuerdo.
Tercero, el proceso se ha precipitado demasiado. El artículo 50 se redactó deprisa y corriendo en el Tratado de Lisboa sin pensar realmente en que acabaría siendo invocado. En aquel momento parecía tan improbable que nadie se preocupó. Ahora que el proceso ha comenzado, se hará evidente que el calendario de dos años es tan innecesario como inviable. Hay demasiadas cosas que hacer. Una institución más flexible podría decidir que tiene sentido ampliar el plazo pero la UE no destaca por la flexibilidad precisamente. Preferirá aferrarse a una norma estúpida que permitir que se infrinja. ¿El resultado? El plazo se acabará sin que se llegue a un acuerdo entre las partes.
Por último, los términos financieros de la separación son infranqueables. La UE exige 60.000 millones de euros o más como liquidación, además de sugerir que podrían continuar las aportaciones presupuestarias durante años.
¿Su fundamento? El Reino Unido acordó muchos proyectos de la UE y debería seguir pagando por ellos. El Reino Unido no lo aceptará seguramente. Cuando uno se da de baja de un club de golf, no se le puede esperar que pague por el nuevo campo de prácticas que se decidió construir cuando todavía era miembro. Las aportaciones se detienen el día en que uno se va. De hecho, se pueden defender los pros y los contras de ambas posturas pero, como le dirá cualquier abogado de divorcios, cuando uno se mete en peleas así, transigir acaba siendo imposible.
El resultado es que con tanta especulación sobre lo que podría significar el Brexit y los miles de páginas de estudios y cábalas vertidos desde los bancos de inversión y grupos de expertos, no se va a llegar a un acuerdo. Sencillamente, el Reino Unido saldrá de la Unión Europea, posiblemente el 31 de marzo de 2019, sin acuerdo transitorio ni tratado de libre comercio. Comerciará con Europa, lógicamente, pero como si fuera Corea del Sur o Argentina.
A medio plazo, no tiene por qué pasar nada. Después de todo, muchos países compran y venden muchas cosas a la UE sin ningún trato especial, pero no hay duda de que los mercados se van a llevar un golpe. Cuando se haga más evidente, espere que la libra sufra muchas presiones de venta. Podría bajar hasta la paridad con el euro e incluso con el dólar también. Un día se recuperará, pero no antes de haber bajado mucho más.