
Ante la inminente muerte de Alfonso XII que iba dejar viuda y embarazada a María Cristina de Habsburgo, agudizando con ello la crisis del régimen de la Restauración, Cánovas y Sagasta pactaron para el futuro la normalización que garantizara la continuidad del sistema.
La reina viuda fue nombrada Regente y el artificio político de las oligarquías superó el trance. La abdicación de Juan Carlos I en 2014 fue el resultado y la condición sine qua non para volver a tejer las relaciones de poder económico, social y político en el bloque dominante beneficiario de la Transición. Unas relaciones afectadas negativamente por las proezas cinegéticas - y de otros órdenes-, protagonizadas por el dimisionario.
Y es que, como en 1885, la Monarquía sigue siendo la clave del sistema oligárquico de intereses económicos y políticos de la segunda Restauración sancionada por la Constitución de 1978. El pacto de 2014, oficial u oficioso, expreso o tácito, pero minuciosamente preparado por egregias figuras del bipartito en íntima conexión con lo que representa el Ibex, ya había tenido un ensayo en 1994 cuando los escándalos de Javier de la Rosa y otros cercanos a Juan Carlos I.
La Historia nos enseña que a veces un Rey debe morir para que la Monarquía viva. Pero una Monarquía hecha a imagen y semejanza del sistema y para que encarne la nueva fase de la Transición. En resumen, aquello de Il Gatopardo. Es preciso que todo cambie para que todo siga igual.
Y ante nosotros los primeros frutos del pacto de 2014. La oligarquía ha perdido la moderación y, al saberse impune, se ha visto colapsando juzgados, llenando titulares y escandalizando a la opinión pública. Tranquilos, todo quedará en nada. Pagarán los de la segunda fila. Los recursos dilatarán el tiempo y borrarán la memoria. La cárcel, para sindicalistas y víctimas de la Ley Mordaza. Ya lo decía Lorca: señores guardias civiles, aquí pasó lo de siempre, han muerto cuatro romanos y cinco cartagineses.