Firmas

La trivialidad que nos rodea

  • Trivializar consiste en reducir a esquemas simples la realidad compleja
El criminal nazi Adolf Eichmann durante su juicio en Jerusalén. Foto: Getty.

Hannah Arendt escribió para el New Yorker las crónicas del juicio que tuvo lugar en Jerusalén contra Eichmann. Más tarde aquellas crónicas se publicaron en forma de libro con el título Eichmann en Jerusalén con un significativo subtítulo: Informe sobre la trivialidad del mal.

"Eichmann no es una figura demoniaca, sólo es la encarnación de la ausencia de pensamiento en el ser humano", escribió Arendt. Esta idea y su crítica acerca de los comportamientos de algunos líderes religiosos durante el holocausto ("Para un judío, la participación de responsables judíos en el exterminio de su propio pueblo representa, sin duda, la sombra capital en esta sombría historia"), le trajeron a la autora un auténtico linchamiento moral. Arendt introducía por primera vez un paralelismo, una ligazón, entre mal y trivialidad.

La teoría según la cual el mal carece de profundidad, resultando, paradójicamente, inextricable por ser superficial, puede discutirse, pero, a la inversa, ¿es pertinente plantearse que la trivialidad es siempre un mal? La palabra "trivial" se entiende como un adjetivo que equivale a "insignificante", carente de relevancia. Sin duda el mal no carece de importancia para quien lo sufre, aunque su análisis, el análisis del mal, pueda resultar irrelevante.

En todo caso, no es ese el debate que aquí se quiere plantear, sino otro, el de la maldad de lo trivial. O con más precisión, la maldad de la trivialización. Entendiendo por trivialización el proceso mental destinado a trivializar. Que no es lo mismo que vulgarizar, pues vulgarizar es el intento por hacer comprensible lo que en su expresión primitiva resultaba complicado o confuso. Trivializar, por el contrario, consiste en reducir a esquemas simples la realidad compleja. No es que se intente separar las distintas variables de un fenómeno, eso sería analizar, sino que se trata de simplificar, reducir, apaisar... y, en el fondo, engañar. En este sentido, trivializar es siempre un mal. Un mal intelectual. También un mal político.

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