
Son estos momentos en que los españoles han de contemplar el futuro. Por una parte, sus políticos han conseguido transformar radicalmente la economía española, a través de un planteamiento que rompía con la situación anterior. Por un lado, se avanzó hacia una economía social de mercado; frente a la anterior intervencionista e, incluso, estatificadora.
También se consiguió rechazar en grado amplísimo las violentas tensiones sociales y participar con buen tino en el mercado laboral; simultáneamente, se abandonó una política exterior de neutralidad ante los conflictos europeos y de proteccionismo creciente. Fue la adoptada a partir del Congreso de Viena (1818-1815) y se eliminó en 1953 y con el ingreso en la OECE en 1959. Todo cambió radicalmente a partir de 1985 y el ingreso en la Comunidad Europea.
Tras el triunfo conjunto, norteamericano y europeo en la Guerra Fría, España, aceptó avanzar hacia una integración mayor en el ámbito europeo porque EEUU dejaba de ser un aliado en la contienda frente a la Unión Soviética y se convertía en un rival en los mercados financieros y económicos. Eso exigió la creación de autoridades económicas supranacionales y una participación colectiva en el mundo financiero con un cierto grado de rivalidad hacia el dólar, al crearse una moneda común.
España, gracias al esfuerzo de Solchaga y de Aznar entró en la eurozona, y acabó por demostrar que había conseguido no salir malparada, como había pronosticado Stiglitz de forma reiterada en su obra El euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa.
El éxito parecía haberse doblado desde la perspectiva española, a pesar de la crisis creada, al hilo de la surgida en Estados Unidos, por el Gobierno de Zapatero. La frase que se lanzó, en plena crisis financiera mundial fue la de que "toda preocupación debe abandonarnos".
Esto fue todo, y nada se pensó para resolverlo. Para hacerlo ahora debemos tener en cuenta una aportación que llegó a mis manos, debido a los profesores Cuadrado y Torrero, contenida en la traducción efectuada por el profesor Arnold Martínez Portales, con el título de Los vaticinios del profesor Friedman. Recoge una entrevista concedida por este gran economista a Pino Buongiorno para la revista italiana Panorama y cuyo título fue: "¡Hacedme caso: el euro os estrangulará!".
Los diversos Estados que acabarían constituyendo EEUU hace muchísimos años habían decidido también unificar su moneda. La diferencia que existe, según Friedman, es que en su país existió desde entonces hasta ahora una sola y potente autoridad monetaria y financiera: la de Washington. Friedman aclara muy bien esta cuestión, pero señala, sin conocerlo, lo que hace muchos años, cuando la UE daba sus primeros pasos, mostraba en un artículo publicado en Arbor por José Larraz, uno de los grandes ministros de Hacienda que ha tenido España, y quien había analizado también magníficamente otros problemas económicos españoles.
Alguien podría objetar que si se piensa que el euro es una mala idea también debería decirse lo mismo para el dólar. Friedman señalaba: "Respondo que hay una gran diferencia entre la situación de EEUU y la europea. En Norteamérica hay una lengua común, una serie de gobiernos siempre nacionales y un único Banco Central. Además, la fuerza de trabajo se mueve bastante libremente de un lugar a otro de la nación. Por otro lado, hay un gobierno central capaz de desalentar las consecuencias de cualquier impacto que produzca efectos diversos en varias partes del país. Europa carece de todo ello".
Y lo que Friedman afirma, lo vemos con claridad después de los desaguisados económicos surgidos en Grecia, Italia o Portugal, y todo además se agrava, por la aparición, con fuerza creciente, de realidades aislacionistas en Francia o en Austria. Lisa y llanamente, aquella patria común, con la que soñaron que podía engendrarse los apóstoles iniciales del mundo comunitario, los Schuman, Adenauer o De Gasperi, se esfuma por momentos.
No es posible por tanto discrepar radicalmente de la posición de Friedman en cuanto a que lo que favorece la moneda común es la "existencia de países relativamente homogéneos". Pero esa homogeneidad, ¿la encontramos en Norteamérica? Las disparidades de renta regionales son grandes y las personales en relación con los ingresos son considerables. Pero existe, para superar esto una política común implantada por Lincoln por el sendero que señaló Federico List para homogeneizar la política económica pasase lo que pasase con las rentas regionales. Puso en marcha la Guerra de Secesión contra el sur de ingresos por actividades librecambistas y en favor del norte, que así se enriquecía por posturas proteccionistas. La excepción actual es Puerto Rico, que por eso no está integrado en EEUU, y es simplemente un "Estado Libre Asociado".
Friedman expone por eso que cada país europeo desarrolla una política económica diferente para obtener ventajas individuales para él, en principio, por encima de todo. Y lo exige además con toda claridad. Pensemos en España y en la necesidad de salir de una crisis bancaria mayúscula, como la que sucedió al comienzo de la Transición o la que surgió a causa de la desastrosa política llevada a cabo al ignorar las actualidades financieras expuestas en el artículo de Jaime Terceiro, Singularidades en el sistema financiero español: la situación de las Cajas de Ahorros, publicado en Información Comercial Española, en diciembre de 1995.
Friedman señalaría en ese sentido, y tiene toda la razón cuando indica que el salir de una situación depresiva importante, como entonces ocurrió, tenía que estar ligada "a un cambio flexible de manera que se obtenga un realineamiento" que España, por ejemplo, ante estas situaciones no pareció nunca dispuesta a aceptar.
Ahora mismo, esas tesis aislacionistas galopan en las elecciones francesas, en la crisis italiana, en multitud de lugares europeos, porque lo que se quiere salvar en esos países no tiene nada que ver con lo que ocurra en el conjunto. La puerta abierta con el Brexit se abre todavía más, y quedaba claro que el Reino Unido ya previamente no había integrado la libra esterlina en el euro.
Todo esto supone que Europa este 25 de marzo próximo no va a tener impulsos serios para celebrar los 60 años del inicio del camino comunitario. Todo lo complica que ha surgido, además, la presión de la igualación de las atenciones sociales de acuerdo con las realidades nacionales concretas que más sean capaces de satisfacer las necesidades de los menos dotados. Cuestión ésta que, por ejemplo, se ignora en los EEUU. Pensemos en España y en las presiones surgidas en relación, por ejemplo, con mejoras del salario mínimo. ¿Para qué continuar planteando agobios en torno a esa cuestión?
Es un riesgo con bastante alta probabilidad la llegada de una crisis de la UE, y conviene tenerlo en cuenta en España. Fracasó el intento europeo de Carlomagno con las discusiones egoístas entre sus herederos; y por otros motivos, incluso religiosos, el de Carlos V, y gracias al esfuerzo de españoles, ingleses y rusos, el de Napoleón, y tras la II Guerra Mundial el de Hitler. ¿La carencia de fortaleza política básica en Europa va a hacer fracasar la realidad pretendida ahora?