
Como en aquellas películas del Oeste, que acostumbrábamos a ver cuando éramos más jóvenes, Donald Trump me recuerda a una especie de llanero solitario, dispuesto a enfrentarse a todos para imponer su ley. El martes pasado amenazó a General Motors (GM) con aplicar una tarifa a la importación por trasladar parte de la producción del Chevrolet Cruze, un modelo popular, desde la planta de Ohio a México. La advertencia vía twitter de Trump sorprendió, porque el 98% del modelo se produce en Estados Unidos, según explicó la compañía.
Un poco después de la trifulca con GM, Ford suspendió una inversión de 1.600 millones de dólares en San Luis Potosí para producir el Focus. En su lugar, el fabricantes estadounidense ampliará las instalaciones en Saltillo para atender el incremento en la demanda de este vehículo. En noviembre, ya había suspendido el traslado del Lincoln, un pequeño todocamino (SUV) hecho en Kentucky, y luego anunció la creación de 700 empleos adicionales en Michigan para construir vehículos eléctricos.
El último conflicto fue con Toyota este mismo jueves, a la que amenazó si construía una fábrica en Baja California para producir el Corolla. Trump se volvió a líar, porque Toyota no pretende levantar una fabrica en esa región, sino en Guanajuato (Guadalajara), dónde producirá 200.000 Corolla para el mercado norteamericano a partir de 2019, más de la mitad de sus ventas. El Corolla, uno de los coches más populares, seguirá fabricándose en parte en EEUU.
Pero Toyota no se arredró, como hicieron Ford y GM. Emitió un comunicado en el que garantizaba el empleo y la inversión en Estados Unidos, pero reafirmaba su plan de realizar nuevas inversiones en México.
Existe un problema añadido, la globalización ha hecho que en los últimos cinco años, el porcentaje de los componentes para los automóviles manufacturados en Estados Unidos y Canadá haya bajado del 60 al 44%, según fuentes oficiales. Curiosamente, los fabricantes estadounidenses son los únicos que mantuvieron en torno al 51% la cuota nacional de componentes.
¿Puede Trump paralizar el proceso de globalización? Las marcas automovilísticas se han lanzado en los últimos años a buscar países donde producir coches baratos, aunque luego los ensamblen en países desarrollados. El Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Estados Unidos, Canadá y México ha convertido este último país en uno de los lugares más atractivos por sus bajos costes y su libre acceso al gran y rico mercado de América del Norte.
Desde la firma del TLC en 1994, la producción de vehículos en México se multiplicó por tres: creció de 1,1 millones a 3,4 millones anuales. Además, se espera que aumente otro 50% de aquí a finales de la década, hasta alcanzar los 5,1 millones de vehículos. En total, cuenta con 17 fábricas de automóviles extranjeras y tendrá 20 en 2020, gracias a los aperturas anunciadas por Mercedes en alianza con Nissan, BMW, Honda y KIA motors.
El porcentaje de automóviles fabricados en México, comparado con la totalidad del mercado norteamericano, pasará de representar el 19,4 al 27,3% en 2020, mientras que el de Estados Unidos bajará del 67,2% al 62%. Como se ve, el dominio de Estados Unidos en el sector sigue siendo aplastante.
Trump anunció el martes pasado que Robert Lighthizer será el nuevo jefe para las negociaciones comerciales, un alto funcionario empeñado durante los últimos 30 años en imponer tarifas a las importaciones. Tiene un arduo trabajo por delante. Según la Organización Mundial de Comercio (OMC), Washington tiene firmados 14 acuerdos de libre comercio con una veintena de países, el más importante el TLC.
Para muchos expertos, las amenazas a la Administración Peña Nieto son una cortina de humo para preparar la negociación que realmente inquieta a Trump, el comercio con China. Más adelante veremos el porqué.
Para México, las relaciones con su vecino del norte son esenciales, ya que le vende el 81% de todas sus exportaciones, pero también hay que tener en cuenta que el 45% de sus importaciones procede del mercado de EEUU.
México también es importante para Estados Unidos, ya que el 18,2% de sus ventas al exterior se destina a éste país, sobre todo en el ámbito de los servicios comerciales. Además, es el primer inversor por delante de los españoles, como lo muestran la presencia de aseguradoras como Met Life o bancos como City, que mantienen cuotas importantes de mercado.
La balanza comercial también es positiva para Estados Unidos. Las importaciones son seis puntos porcentuales inferiores a las exportaciones. En una guerra comercial, el peor parado sería México, pero Washington también tiene mucho que perder.
Ahora, echemos un vistazo a la vinculación con China. La balanza comercial está totalmente desequilibrada en su contra. El 21,7% de las compras en el exterior de Estados Unidos procede de este país asiático, mientras que sus exportaciones sólo representan el 7,7%, 14 puntos de diferencia. China, a la que acusa de manipular su divisa para devaluarla, se ha convertido en el principal suministrador de productos y servicios a la economía americana, por encima de Europa.
Una guerra comercial favorecería, además, a China, que sustituirá a Estados Unidos como el gran socio comercial para la cuenca Asia- Pacífico, incluida toda Latinoamérica. Las multinacionales buscan reducir costes para ganar en competitividad y si no pueden ir a México, buscarán otro lugar en el globo, probablemente la zona del Pacífico, con lo que no logrará más que reforzar el poderío de China.
Es improbable que el llanero solitario se atreva a enfrentarse a todos a la vez, porque puede resultar el mayor perjudicado. Esperemos que todo acabe en una bravocunería para cumplir la palabra empeñada con sus votantes.
La actitud de Trump en asuntos comerciales es extensible a otros ámbitos de la economía. Wall Street acoge con subidas superiores al 10% al nuevo inquilino de la Casa Blanca. porque sus promesas estimularán el crecimiento y las inversiones internas. La cuestión es saber durante cuánto tiempo.
Después de que diversas casas de análisis, como Goldman Sachs, cuestionen el rumbo de la economías más allá del primer trimestra, la revelación de la última reunión de la Reserva Fedral es proverbial. Sus miembros califaron literalmente de imposible conocer la marcha de Estados Unidos en la era Trump. Después de un primer efecto dinamizador sobre la inflación y los tipos de interés, puede producirse un efecto inverso. La actitud desafiante del magnate en varios asuntos, desde los temas comerciales a las relaciones con la OTAN, con Rusia o el cambio climático, no ayudan a generar confianza en su gestión, sino todo lo contrario.
John Wayne fue un legendario pistolero, que salió vencedor en todos los western que protagonizó en los años 50 y 60. Pero su figura es irrepetible e irreal, de película. Que no lo olvide Donald Trump.