
El sector bancario no ha tenido en 2016 su año más brillante. Aunque a algunas entidades les ha ido mucho mejor que a otras, en conjunto han caído los beneficios y la morosidad cierra el año en torno al 9%, una cifra excesiva para llevar varios años de crecimiento.
Este 2017 se cumplirá una década desde el estallido de la crisis subprime en agosto de 2007, que dio el banderazo de salida para que España entrara en la peor crisis económica que la mayoría recuerda. El sector bancario ha reducido drásticamente su tamaño mediante fusiones y reducciones de red, pero todavía debe eliminar estructura, pues el mercado crediticio se ha contraído más de un 30% en los últimos años y sigue cayendo ligeramente.
Por cada 3 euros prestados en 2007, ahora sólo lucen dos en el balance, lo que obliga a replantear toda la estructura de costes. Es evidente que con un tamaño del mercado mucho menor las posibilidades de obtener margen se reducen en proporción similar a la caída del balance. Como éste no se puede expandir y no lo va a hacer en varios años, los bancos le echan la culpa a los tipos de interés, pensando que así podrán obtener más de lo que tienen, sin necesidad de crecer. Pues bien, en 2017 los tipos empezarán a repuntar, sobre todo a partir del segundo semestre, y al final podrán paulatinamente ampliar sus márgenes y resultados. La banca se ha convertido en extremadamente dependiente de los bancos centrales, que la han apuntalado financiando todo lo habido y por haber. Pretender que la política monetaria siempre te favorezca no es realista.
Mucho se viene hablando de los cambios en el mercado bancario, las fintech, la desintermediación y otras amenazas, pero no se dice que la principal amenaza es el estilo de gestión de las propias entidades. La tendencia a repetir los mismos vicios planea sobre el sector y no es presentable que ejecutivos que participaron activamente de la burbuja crediticia pretendan mantener posiciones de responsabilidad, ya que el desastre vino por mala gestión y exagerada ambición de obtener beneficios a corto plazo contra toda prudencia y buena práctica. La lección, pues, no es qué debe hacer un banquero, sino todo aquello que no debe hacer, y para aprenderla sólo se necesita ver lo que muchos, obviamente no todos, han hecho en los últimos 15 años.
La banca es un negocio procíclico, aunque ciertas circunstancias le están amargando el ciclo. España lleva tres años creciendo, los dos últimos por encima del 3%, y aun así la banca sigue con serios problemas de beneficio y contracción de mercado, como ya hemos dicho. Poco a poco el crédito se va animando y tanto empresas como particulares tienen mejores perspectivas y razones para endeudarse, pero en un país en el que buena parte de la población aún tiene alguna deuda pendiente, las posibilidades de encontrar clientes solventes se reducen.
Aquí se ha rescatado a la banca y se le han dado facilidades de todo tipo, así como a determinadas grandes empresas se les han permitido las cuentas del gran capitán o refinanciar todo lo refinanciable, mientras que muchos autónomos, pequeños empresarios y trabajadores han sido pasados a cuchillo financiero. Como no ha habido un verdadero plan de quitas para pequeños deudores, no sólo a mucha gente le va a seguir costando salir adelante, sino que la banca seguirá con su negocio reducido durante muchos años, porque no sólo hay aversión al endeudamiento sino que en muchos casos resulta imposible.
Así las cosas, la banca tendrá que seguir sus ajustes, en los que profundizará, como decimos, en 2017. Seguirá teniendo que sanear todo aquello que colea de la crisis, que es mucho y para algunos insoportable, y mantendrá un balance sin crecimiento a fuerza de seguir dando antiguos fallidos. Intentará subir comisiones, lo que le costará discutir con muchos clientes, e incrementará sus márgenes financieros a fuerza de subir los tipos de interés en todo lo que le sea posible, a rebufo del tapering que se avecina.
Las presiones para que se privaticen las entidades nacionalizadas van a redoblarse, pero el momento seguirá sin ser propicio, por lo que el Estado se arriesga a perder definitivamente la mayor parte de las ayudas otorgadas. La situación en Italia puede aligerar la presión, más que nada porque va a haber, como viene habiendo, mucho flexibilidad con el país transalpino cuya reforma y saneamiento del sistema financiero no se ha podido hacer con más engaño y parsimonia.
Por último, quizás alguna entidad puede ser absorbida por otra, aunque hoy por hoy no hay nadie dispuesto a echarse encima más problemas. Cada vez tendremos menos bancos y más caros, que es lo que quiere el sector y las autoridades, y, como siempre, los consumidores y pequeños empresarios seguirán pagando el poco dinero que pidan a precio de oro porque a los banqueros, un día, se les ocurrió regalar el dinero que no era suyo.