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El fracasado 'plan Juncker'

  • La clase política europea no acaba de estar a la altura del tiempo actual
  • Los intereses de los Gobiernos de la Unión impiden que Europa funcione

Lo que, allá por 2013, fue el gran anuncio para revitalizar la economía de la Unión Europea, es hoy una nueva frustración que se suma al cada vez más complicado proceso de integración europea. De los anunciados 630.000 millones de euros, el plan de inversiones, conocido como Plan Juncker, no se ha llegado siquiera a los 140.000 millones. Una cantidad que no alcanza el 5% de la inversión global en la Unión, y que no cubre las expectativas que generó en su día.

Un Plan que, sorprendentemente, tenía al Reino Unido como uno de sus principales soportes, en una cantidad cercana a los 10.000 millones de euros. Aportación que, después del anunciado Brexit, se quedará fuera. En definitiva, un nuevo fiasco en los programas de inversión de la Unión Europea, que precisa de fuertes inversiones para mover una economía en la que los estímulos monetarios están ya al final de su recorrido.

Y es que las contradicciones económicas en el seno de la UE se confrontan con los intereses políticos nacionales y con la falta de homogeneidad en la toma de decisiones. Contradicciones en las que el Plan Juncker no es sino la demostración de que Europa no acaba de funcionar, pues son demasiados los intereses que se entrecruzan. Intereses que nacen, primero, de las visiones propias de cada uno de los Gobiernos más relevantes de la Unión; especialmente, Alemania, Francia y el Reino Unido. Después, la necesidad de cumplir con los requisitos de déficit impuestos desde Bruselas; donde los programas posibles de inversión y, en este caso, el del Plan Juncker, no pueden seguir adelante porque al final van en contra de tales exigencias de déficit.

En tercer lugar, la situación política interna de cada país: casi todos inmersos en complejas situaciones que les llevan a hacer frente a las nuevas políticas que fuerzan los cada vez más influyentes partidos populistas. Un hecho que no sólo afecta a España, sino que es patente en Italia, Alemania, Austria, Francia y el Reino Unido, entre otros. Y, finalmente, la influencia que llega desde Estados Unidos, que abre nuevas incógnitas dentro de ese país y que, sin duda, tendrán efectos en el entorno europeo.

Un entorno lleno de incógnitas ante los nuevos procesos electorales de Alemania y de Francia. Sin contar lo que puede ser el futuro de España, donde los equilibrios políticos no auguran una tranquila legislatura, siempre que pueda seguir sin necesidad de otra nueva cita electoral.

Una cita electoral que vendrá indefectiblemente si al final no se aprueban los presupuestos para 2017, o si las exigencias son tales que el actual Gobierno decide no seguir adelante. Lo que abre un camino de incertidumbre que sólo tiene la cara positiva de que el actual ciclo económico sigue su curso con datos positivos al menos en 2017 y, posiblemente, en 2018; 2019 será ya otra historia. Una historia que, en el caso español, se complicará aún más si el PSOE no es capaz de encontrar la senda de la socialdemocracia, y se desestructura en diversos entes autonómicos.

El Plan Juncker no es, por tanto, sino la demostración de que la política no acaba de funcionar en Europa. O por decirlo de otro modo: la demostración de que la clase política europea no acaba de estar a la altura de los tiempos. Ya que en lugar de buscar espacios que lleven a consolidar la Unión, parece que se encuentran en el proceso contrario.

Una circunstancia que no hará sino alentar los populismos políticos a lo largo y ancho del espacio europeo. Sin embargo, sería deseable que los dirigentes políticos se esforzaran en caminar hacia lo que se suele entender como: "hacer más Europa". Un proceso que se lograría si, al cabo, se dieran pasos para consolidar los necesarios pilares que necesita Europa para ser un ente homogéneo con influencia global, a la altura de Estados Unidos, Rusia o China.

Para lo cual, los políticos europeos con capacidad de decisión deberían establecer, al menos, cuatro espacios de alianzas. El primero, la Defensa común. Un requisito hoy imprescindible para hacer frente a los desafíos que plantean los espacios fronterizos de la Unión y la necesaria respuesta que habría que dar como europeos a los conflictos que tenemos cercanos: Siria y Libia, principalmente. Añadiendo la urgente necesidad de una política global para África. Un continente hoy de 1.200 millones de personas que, en no mucho tiempo, se convertirá en un problema de 2.000 millones de almas que, si no tienen un programa vital en sus países, vendrán en masa hacia los nuestros.

El segundo, la necesidad de contar con una política energética común; especialmente, cuando los países europeos, en su mayoría, carecen de recursos naturales esenciales.

El Tercero, caminar hacia la necesaria unión fiscal; que evite las políticas disidentes, y que de mayor fuerza a las políticas monetarias y económicas en general.

Y, cuarto, un acuerdo global sobre uno de los más acuciantes problemas que nacen del envejecimiento paulatino de la población europea que, en poco tiempo no será sino un lugar de gente mayor, con los problemas que tal situación acarreará al ya debilitado Estado de bienestar.

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