
La austeridad, al menos como la hemos conocido en los últimos años, parece tocar ya a su fin. Tras una crisis de caballo provocada por un gasto incontrolado, tocaba hacer lo que cualquiera haría en su casa: recortar costes (plan de ajustes) y desapalancarse (intentar reducir el volumen de créditos). Ahora, con la economía creciendo a un ritmo sostenido, y con las incertidumbres políticas, al menos a corto plazo, solventadas, es hora de pensar en dejar que la economía vuelva a crecer y sobre todo, es hora de olvidar los recortes. Porque los recortes son una de las excusas sobre la que cabalgan los populismos, que a pesar de defender modelos fracasados una y otra vez en distintos países y momentos, siguen atrayendo adeptos con el discurso del descontento.
Pero naturalmente no se trata de inundar otra vez la economía con dinero fácil o gratis. Se trata de frenar los ajustes en primer lugar y de sólo dar dinero o facilidades a proyectos e ideas que puedan generar riqueza. Que puedan convertirse en empresas que den empleo a personas y que permitan el crecimiento de los países. De lo contrario no haríamos más que sembrar de nuevo la semilla de una burbuja financiera, con su segura ramificación inmobiliaria, y demostraría que efectivamente somos muy capaces de tropezar las veces que haga falta en la misma piedra.
A falta de conocer los detalles, la intención de Bruselas de destinar 50.000 millones de euros a políticas de estímulo en Europa, suena más a política de márketing para contrarrestar lo que previsiblemente hará el presidente electo de Estados Unidos (poner en marcha el helicóptero del dinero), que a un plan bien urdido. El último ejemplo lo tenemos en el denominado Plan Juncker, que prometía, no se sabe muy bien porqué arte de birli-birloque,. unas inversiones de 300.000 millones que en realidad se han quedado en casi nada.