
Los problemas de información llevan a las autoridades monetarias, una vez más, a la fatal arrogancia de considerar que lo que en un momento dado pudo ser adecuado para gestionar una circunstancia de crisis, desconfianza y pánico generalizados (el interbancario llegó a desvanecerse por un tiempo), tal es facilitar liquidez sin restricciones y asegurar el funcionamiento básico del sistema financiero, debe o puede sostenerse tenazmente en cuantía y tiempo sin perjuicios.
Pero las alteraciones especialmente introducidas en la valoración del tiempo y del dinero generan perturbaciones continuas y distorsionan de forma grave y errática la información y toma de decisiones de los agentes económicos, empezando por la generación y formulación de expectativas y siguiendo por la percepción y valoración del futuro y del riesgo en general. Por lo que las autoridades, que ni son ignorantes ni ingenuas, no deben sorprenderse cuando constatan que la política monetaria aplicada en estos años no logra los objetivos declarados o prometidos. Y ya hay señales de que tal situación no podrá sostenerse por décimo año.
El fomento de unos tipos de interés negativos, que previamente a la crisis también lo eran en términos reales, y de una expansión mundial de la liquidez sin precedentes históricos han servido fundamentalmente, como de hecho era su propósito, para la adquisición de títulos de deuda pública (soberana) que, a su vez, facilitase y abaratase la financiación de los gastos públicos que han crecido en casi todos los países, contrariamente al discurso del austericidio amparado por diversos economistas.
El incremento de la deuda pública en casi todo el mundo desde 2008 ha tenido cierta contrapartida con el descenso de la deuda privada (economías domésticas y empresas), ingente antes de la crisis, tras uno de los ajustes más bruscos y extensos de las últimas seis décadas. Porque, ciertamente, se han producido ajustes, restricciones y recortes, pero en el sector privado; no en los gastos globales del sector público que, todo lo más, ha recompuesto su estructura.
En lo que llevamos de año, la banca ha suscrito más de 6,6 billones de dólares en compra de deuda, un crecimiento del 9 por ciento, y los diez bancos centrales más grandes del mundo acumulan en sus balances un total de 21,4 billones de dólares en activos, sobre todo deuda pública, con un incremento del 10,4 por ciento hasta octubre. O sea, que para lograr mantener como hasta ahora las cosas (tipos y liquidez) los bancos centrales se están viendo forzados a incrementar sus acciones exponencialmente, siendo sus resultados cada vez más pobres, porque la crisis ha alterado también las preferencias y actuaciones del público (demanda y multiplicador). Y la nueva tendencia en los mercados indica que los tipos se mueven al alza y el valor de la deuda y los activos a la baja.
Además, como sabemos, la política sostenida de los bancos centrales, junto a los nuevos requerimientos de capitalización y provisiones, están reduciendo la rentabilidad de las entidades financieras y poniéndolas en apuros, con consecuencias no necesariamente favorables para el público, lo que es otra presión para las autoridades monetarias.
El empeño de los bancos centrales en su actuación mantiene vivas, si no alimenta, dudas, incertidumbres y menoscabo en la recuperación o en su fortaleza y, no se olvide, la crisis ha afectado de sobremanera a la seguridad, la confianza, el crédito y las expectativas de los agentes, en un marco en que el sector privado estaba sobreendeudado por los incentivos previos de los bancos centrales. Ello explica, junto a las rentabilidades en picado, que, desde el inicio de la crisis, familias y empresas hayan aumentado su demanda de dinero por motivos de precaución y busquen valores refugio; que ciertas formas de liquidez, como los depósitos a plazo, hayan disminuido en favor de las cuentas y depósitos a la vista; y que la liquidez extraordinaria se haya derivado a reducir las deudas y obligaciones, a la par que las empresas han atenuado su dependencia del crédito bancario para su financiación. Todo ello ha repercutido en la estructura de la demanda de liquidez y en el valor del multiplicador monetario, diluyendo las medidas e influencia de la política monetaria. A ello ha contribuido también la situación concreta de los sistemas financieros en cada país.
Finalmente, otra señal, justo en el momento en que el mercado inmobiliario y la construcción muestran signos de recuperación viable, es la tendencia al alza en la contratación de hipotecas a tipo fijo. No ignoro que, en respuesta a los tipos de interés negativos, las entidades financieras han fomentado dicho producto. Pero si los prestatarios no tuviesen perspectivas de que los tipos vayan a trocar su tendencia o idea de que las condiciones les favorecen, no aceptarían tales contratos ni se registrarían alzas históricas de las susodichas hipotecas.